Pluja i paella a Noves de Segre

Tot i la intensa i continuada pluja del passat dia 12, unes 40 persones van assistir a la Caminada, la major part eren famílies amb els seus fills. Hi havia uns 20 nens i nenes menors de 10 anys.

Ens trobàrem a Noves de Segre i unes 30 persones iniciaren la Caminada sota la pluja, ben equipats amb impermeables i alguns amb paraigües. Hem de dir que en aquesta zona la pluja no fou molt intensa, com ho va ser en altres llocs propers.

Caminàrem en total uns 3 hores i 20 minuts, arribant fins al golf d’Aravell.

Al final de la Caminada, els amics d’Igualada: Octavio, Manel i Mateo, ens obsequiaren amb una suculent paella.

Tot el dia va estar plovent i vam tenir la gran sort que la Montserrat Fusté, de Cal Castellins de Noves de Segre, ens deixà una estança que té sota casa seva per aixoplugar-nos. Ens va encendre la llar de foc i ens preparà taules i cadires. Aquí poguérem fer l’arròs i estar ben protegits de les inclemències del temps.

Agraïm una vegada més a la Montserrat i la seva família la hospitalitat que ens ha mostrat repetides vegades. L’estiu passat ja va atendre a més de 20 caminants que es van trobar sorpresos per una tamborinada i els hi donà acollida a casa seva.

Adjuntem dos petits retalls del que escrigué Francisco Botella. Un de l’any 1937 (el Diari) i un altre de l’any 1975 (records):

Del Diari, del dimarts 30 de novembre de 1937

Hemos llegado al río (Riu de la Guàrdia): lo cruzamos descalzos y con agua hasta la rodilla.

Después de pasar el río -todo en gran silencio, pues estamos a unos veinte metros de la carretera (la que va a Noves de Segre)-, pasamos a la otra parte de la carretera y nos internamos, tras una subida ligera, hacia el valle (del riu Segre), que bajamos después con menos dificultad que de ordinario, pues no es abrupto.

(…) Vamos cogidos unos a otros: y es esta la única forma de andar. Tras un rato de mejor camino, llegamos a una casa de campo (la Borda del Fuster o la Borda del Riu), donde entra el guía y donde sale un payés que nos conduce a un pajar, en el que descansamos tres cuartos de hora: llegamos a las once menos cuarto, y salimos a las once y media. Como siempre, estos descansos en los establos saben a gloria, y se abandonan con gran disgusto.

Francisco Botella (records de l’any 1975)

Esta noche fue la noche de los ríos. Debimos pasar el mismo río muchas veces, muchas. Unas en cauce hondo y estrecho nos llegaba el agua hasta los muslos, otras el río se ensanchaba y a veces tanto, que prácticamente el paso ofrecía sólo pediluvios.

(…) No sabíamos lo que nos esperaba, pero al ir sucediéndose este caminar por el agua, nos entró una gran preocupación de que al Padre le diera un ataque de reuma (hacía tiempo hubo precedentes). Empezamos con sumo cuidado la primera vez que nos dimos de narices con un cauce apretado y hondo. (…) El agua nos había llegado a los muslos y algo se mojó el Padre, a pe­sar de los cuidados que pusimos.

Aún creo que otra vez se hizo lo mismo al volver a tropezar con el río. Pero ya a partir de ese momento, el Padre, riéndose, dijo que había que hacerse a andar por el agua. Y fuimos atravesando a pie corrientes de agua y el Padre con nosotros. Sin secarse, porque no había tiempo y sin pensar en más. El agua estaba fría. Para nosotros yo creo que un pediluvio que otro no vendría mal, porque los pies estaban congestionados de tanto andar, ¡pero ya eran demasiados! Para el Padre esto era un fuerte peligro. ¡Lo que rezamos para que no le pasase nada! Pensamos que sin la ayuda de Dios, el Padre se quedaría rígido y sin poder moverse por el ataque de reuma.

En todo este tiempo el cielo está sin nubes. El Señor nos protegía de manera descarada, abierta: porque el pensar que lloviera o nevase esto era lo propio de la época y del lugar nos ponía preocupados. Al final de aquella noche húmeda y molesta, alguna pequeña nube se paseaba por el cielo. Rezamos para que se contuviesen los vientos y las nubes.

El agua había acabado de descuadernar el calzado del Padre: el agua entraba y salía como quería en las botas. Conservo el recuerdo de esta noche, como noche de ríos y con la risa y la broma del Padre, cada vez que nos encontrábamos con uno. ¡Que esfuerzo de ánimo tuvo que hacer el Padre para no sólo superar la dureza de aquella tortura, si no para le­vantar aún tanto su corazón que hasta reía por fuera y cantaba por dentro la voluntad de Dios! Nosotros cambiamos de alpargatas, cuando estaban ya deformadas por la humedad.