Seguint la tradició dels últims tres anys, el passat diumenge dia 26 de novembre varem anar a l’Espluga de les Vaques – al Barranc de la Ribalera – per commemorar la missa que va celebrar Sant Josepmaria Escrivà de Balaguer, en aquest mateix lloc, el diumenge dia 28 de novembre de 1937. (1)

Recordem que aquesta va ser l’última missa que celebrà en tot l’itinerari fins a Andorra, ja que la següent va ser a l’església de les Escaldes (Andorra) el dia 3 de desembre.

A les 9,30 hores, els primers caminants varen arribar en cotxe fins a Torrent, des de on continuaren a peu cap a la Casa del Corb i la Ribalera.

A les 10,30 hores, un segon grup arribà a Peramola, de on sortí cap a Santpou amb dos cotxes tot terreny, trobant-se amb el grup anterior a les 11,45 hores.

Pocs minuts després arribà a Santpou un tercer grup amb un cotxe tot terreny, iniciant tots junts la caminada fins a la Ribalera a on arribàrem a les 12,20 hores. Tot seguit es preparà el necessari per la celebració de la Santa Missa, que oficià Mn. Domènec Melé.

Abans de la missa llegírem algunes parts dels diaris i altres documents del Pas per conèixer més a fons el que va succeir els dies 27 i 28 de novembre de 1937.

Després de la Santa Missa, férem allà mateix un bon dinar, que ja portàvem preparat, i celebràrem la festa de Crist Rei amb un bon vi, recordant també l’anècdota de Sant Josepmaria al acabar la Santa Missa, que volgué celebrar-ho obrint una botella de conyac que dissortadament se’ls hi va trencar (2). Nosaltres varem tenir molta cura de què no se’ns tranqués i així ho poguérem celebrar esplèndidament.

A les tres de la tarda ja estàvem de tornada a Santpou.

Quatre dels expedicionaris se’n tornaren a peu per la Casa del Corb i Torrent. Els altres anaren amb els cotxes tot terreny fins a Oliana i de nou a Barcelona, a on arribaren abans de les 6 de la tarda.

En resum, hem de dir que va ser un dia molt agradable, que ens permeté reviure de prop una vegada més aquesta missa entranyable que celebrà Sant Josepmaria el dia 28 de novembre de 1937 a l’Espluga de les Vaques, a la Ribalera.

Extracte de les Memòries escrites per Francisco Botella l’any 1975

(1) “Cuando clareó y empezó el nuevo día, nos dimos cuenta de que la cueva estaba como a media ladera de una montaña rojiza. Salimos y a poca distancia, nos encontramos al pie de una cascada pequeña, sobre una parte llana, como empedrada por piedras grandes, que José María explicó era una formación típica geológica. Estaba bastante recogido el sitio y, al parecer, lejos de lugares de tránsito y sin apenas árboles. Se veía tranquilo e inspiraba cierta seguridad.
El Padre pensó Celebrar la Santa Misa en aquel rincón, al pie de la sierra Obens. Cerca de la cascada, en una parte abrupta, pero con piedras grandes, y una de ellas hizo de Altar. El Padre tenía preocupación de que los que venían con nosotros, no estuvieran correctos o que las circunstancias con que se Celebraba, sin ornamentos, sin los detalles del culto, les hiriera en una fe que podía ser débil. Pero al fin, después de encomendarlo al Señor, se dispuso a Celebrar. Me parece que antes les dijo unas palabras de preparación.
Hacía viento. El Padre Celebró arrodillado, no podía ser de otra forma. Con una punta del corporal tapábamos las formas consagradas, cuando el viento se hacía más fuerte y con un corporal pequeño, que hacía de palia, presionando un poco asegurábamos el cáliz de la Sangre del Señor, para que no se cayera. Miguel y yo, por indicación del Padre, hicimos cuanto acabo de decir. El Padre Celebró con la unción y el recogimiento de siempre, sin distraerse por el viento, sumergida su mirada sobre las especies sacramentales que descansaban sobre la piedra. Todos asistieron a la Santa Misa con devoción y respeto. Era emocionante sentirse así, en aquel lugar y rodeados de peligros, incorporados al Sacrificio de la Cruz”.

(2) “Cuando acabó de Celebrar el Padre, estaba muy contento y feliz del comportamiento de todos. Nos lo comunicó enseguida. Y quiso que lo celebrásemos. Llevábamos una botella de coñac para emergencias posibles y sin esperar a la hipotética situación crítica, prefirió celebrar lo bien que se habían comportado aquellos compañeros de peligro, en la Celebración de la Santa Misa. Le rebosaba del corazón el agradecimiento y el consuelo que habían dado a su alma. No teníamos sacacorchos y uno decidió abrir la botella con un golpe seco, que salió tan poco preciso, que acabó con todo el líquido o casi todo, porque se rompió la botella. Lo terminamos celebrando a carcajadas, que inició el Padre, y con alegría repleta de buen humor. El Padre reservó unas formas consagradas que guardó en una cajita y llevaba consigo para poder comulgar en el camino. Desde entonces, hasta el día siguiente, el Señor Sacramentado viajó con nosotros, en coloquio amoroso con nuestro Padre.
Pasamos el día 28 de noviembre en aquel lugar. Hacía sol y se estaba a gusto. Por la tarde se nos unió más gente. Creo que todos eran payeses -gente del campo- menos un estudiante de Ingeniería, Antonio Dalmases. (…)
Al atardecer, apareció como por ensalmo, un chico fuerte, joven, simpático, con aire autoritario, que iba a ser el guía principal, el responsable de la aventura en la que estábamos empeñados. Dijo llamarse Antonio. Por supuesto, que ya se veía que era un nombre convencional. Hace pocos años también Juan le localizó. En aquella época de nuestro “viaje de liberación”, puso sus experiencias de contrabandista al servicio de la liberación de fugitivos de la España comunista.
Y cuando ya había poca luz y se aproximaba la noche, empezamos la jornada de camino que había de durar hasta que clarease y tuviéramos que escondernos de nuevo. El horario era fundamental, porque había que llegar a determinada hora a un particular sitio, donde estaba previsto que podíamos escondernos. Por eso, la marcha de noche era además de dura, subordinada al implacable reloj, que era intransigente”.