D’acord amb el pla mensual de Caminades, que fem cada segon dissabte de mes, el passat dia 10.12.05 vàrem fer la Caminada des de Santpou a les Masies de Nargó, pujant la Canal de la Jaça.

Fórem en total 9 expedicionaris: 3 de Barcelona, 1 de Còrdova, 1 de Ciudad Real, 1 de Venezuela, 1 de Polònia i dos nois russos. El dia fou clar i lluminós, típic d’hivern, amb vent del nord i un sol radiant.

Com es deia a la Notícia d’anunci d’aquesta Caminada, la canal està neta i senyalitzada i es pot transitar perfectament per gent avesada a la muntanya. El recorregut total es pot fer amb unes 6 hores: menys de tres per pujar la canal de la Jaça des de Santpou, i també menys de tres per baixar des del cim de l’Aubenç fins a les Masies de Nargó. Al pla de l’Aubenç vàrem descansar una hora menjant quelcom i contemplant el magnífic paisatge.

El desnivell de pujada de la canal, des de Santpou, és d’uns 530 metres, i la baixada fins a les Masies de Nargó, d’uns 900 metres.

aubens2
Adjuntem a continuació dues descripcions de la pujada d’aquesta canal tal com ho feren, en forma de Diari, dos dels expedicionaris el mateix dia en que varen pujar-la.

Hem de dir que aquestes dues descripcions ens semblen una mica exagerades, segurament degut a les condicions en què la pujaren, o bé perquè podrien haver deixat en algun tram el corriol que puja per la canal i haver grimpat per les roques fora del sender marcat. Només cap al final de la canal hi pot haver una mica de vertigen.

Per altra part tenim la completa seguretat de que varen pujar per aquesta canal, perquè des de l’Espluga de les Vaques no hi ha cap altre lloc més ràpid, i també perquè ens ho han dit el mateix guia de l’expedició, Josep Cirera, així com el Josep Boix de Juncàs que també estava a la Ribalera aquell mateix dia 28.11.37.

a)Descripció d‘Antoni Dalmases.

“No podemos pararnos pues está oscureciendo, y estamos al pie del acantilado que hay que escalar y es preciso hacerlo con luz, pues sin ella nos mataríamos por él. Su altura es enorme y desde su pie, donde estamos ahora, parece imposible subirlo. Pronto dejamos de serpentear en su falda para atacarlo de frente, agarrados a sus rocas. Ya no andamos, gateamos. La ascensión es lenta y penosísima arrastrándonos pegados a la roca para no caernos. Más que nunca siento el peso de mi mochila que tira de mi espalda para arrojarme al abismo. Paramos muchas veces a descansar y entonces lo hacemos medio tendidos en la roca, cara al cielo y a las montañas que se pintan a lo lejos. Otra vez subir, por este camino casi vertical. Parece que nunca hemos de llegar. Ya hay muy poca luz y esto hace más penosa y difícil la subida. Horroriza pensar lo que ocurriría si resbalara un poco, seguro que moriría. Sudamos a mares y en nuestro afán de agarrarnos a los salientes de las rocas no reparamos en destrozarnos las manos.

Cuando por fin después de una hora y cuarto que parece un siglo, llegamos a la cumbre, sin hablar nos tendemos en el suelo. Van llegando los rezagados y caen más que se tienden en el suelo. A pesar de la oscuridad, el panorama que se ve es magnífico. Vemos media Cataluña. Es esto un mirador único.

Reemprendemos la marcha ya en plena noche. Siempre hacia el Norte. Estamos ahora sobre unos campos de hierba de suaves ondulaciones que alivian nuestros pies. El guía hace correr la voz, que pasa de unos a otros silenciosamente, de que alcemos los bastones y no hablemos, pues pasamos cerca de una casa.

Silenciosamente dejamos los prados y entramos en el bosque. La oscuridad es tan grande que no se ve más que la silueta del compañero que va delante a un paso de distancia, luego tenemos que cogernos con los bastones para no perdernos. Cada hora paramos unos minutos para descansar y beber o, mejor, mojarnos la boca. Como no se ve dónde se colocan los pies, se colocan mal y duelen y se magullan terriblemente…”
b)Descripció de Miguel Fisac.
“Es media tarde del día 28. Comenzamos la primera jornada con el guía que nos llevará a Andorra, que, dicho sea de paso, es competentísimo en su oficio; se orienta con una facilidad asombrosa y en esta y en todas las demás jornadas no le hemos visto ni un solo titubeo.

Lo primero que tenemos que hacer es la escala de un monte muy alto, que resulta durísima por no poder utilizar sendas y por trepar en algunos momentos por rocas casi verticales y apoyados con frecuencia en una tercera parte del pie: precipicios inverosímiles, descansos muy breves, pues hay que estar en la cumbre antes que termine de cerrar la noche: si no nos da vértigo es porque no se puede uno entretener en esas cosas, que motivos hay más que suficientes.

Está anocheciendo cuando terminamos de subir.

Sé reanuda la marcha, después de un descanso de algunos minutos: el camino es mucho más suave: algunas veces se recortan en el cielo ya estrellado las siluetas, deformadas por las mochilas y las mantas, de una fila de hombres que produce una impresión entre trágica y misteriosa. Pasamos por sitios encharcados: no hay árboles, ni arbustos; solo una hierba fuerte cruje; a nuestro paso, ladra un perro.

Estamos en terreno algo poblado por árboles, sigue la humedad: algún resbalón, caídas, y tropiezos con ramas y troncos de árboles que encontramos en el camino: una oscuridad casi absoluta, que hace muy difícil distinguir y seguir al que camina delante”.