Con el libro “Camino de Liberación” sigue el itinerario y los textos de la estancia de san Josemaría en Andorra
(Ver “Camino de Liberación” pp 135-191)
Jueves, 2 de diciembre de 1937
El día 2 de diciembre, sobre las 9 de la mañana, llegan a Sant Julià de Lòria. Nos lo cuenta Juan Jiménez Vargas en el Diario de este día en el que escribe:
Apenas comenzó a hacerse de día, salimos camino de San Julián. Rezamos una parte del Rosario, andando. Íbamos muy despacio, porque el estado de Tomás y Manolo no permitían más velocidad. Además contemplábamos el Pirineo. Era mucha el hambre que teníamos, pero estos artistas se olvidaban de comer. Miguel asegura que es el mejor paisaje que ha visto.
Cuando ya estábamos a la vista del pueblo, oímos, por primera vez desde que empezó la guerra, las campanas que tocaban a Misa. Pensamos asistir, pero, con lo que tardamos, tuvieron tiempo de terminar la Misa y cerrar la iglesia.
Un chiquillo pequeño nos sirvió de cicerone: era una especie de aprendiz de guía, con un palo debajo del brazo como si llevara la escopeta, y saltando las rocas como una cabra.
A la entrada del pueblo, la policía francesa nos pidió la documentación.
De allí, a la oficina de policía, que nos preparará los documentos para poder circular por Francia.
Después el desayuno: queso, café con leche y pan blanco, esponjoso. Ante ese desayuno, no podemos por menos de recordar a los de Madrid. Vemos algunos escaparates abarrotados de chocolate; y el Padre, que siempre tiene presentes nuestras debilidades, compra unas pastillas que nos saben a gloria.
Estuvimos con el cura de S. Julián, que nos abrió la iglesia un momento para hacer la visita. La primera vez que visitamos una iglesia no profanada, desde julio del 36.
A las once salimos, para Andorra la Vieja y Escaldes.
En Escaldes nos hospedamos en el hotel Palacín. Después de comer, volvemos a Andorra, a poner un telegrama al hermano de José María, a San Juan de Luz; y a ocuparnos de la vacuna y los retratos, que nos exigen los gendarmes.
En el camino encontramos al cura de Andorra la Vieja. Es la primera vez que vemos una sotana, desde que comenzó el movimiento.
Nada más cenar, rezamos las Preces. El Padre dice que nos acostemos y rece cada uno el rosario por su cuenta en la cama, aunque se duerma antes de terminar. Creo que nadie llegó a empezarlo. Lo que me extraña es que no nos durmiéramos quitándonos las alpargatas.
Viernes, 3 de diciembre de 1937
El día 3 de diciembre despiertan en el hotel Palacin, de Escaldes-Engordany.
En esta población los veintitantos fugitivos de la expedición se repartieron entre los hoteles Palacin y Muntanya, que están el uno enfrente del otro. El grupo de san Josemaría se instaló en el hotel Palacín ocupando cuatro habitaciones de dos camas, algunas de las cuales dan al río y otras a la calle, según se deduce de los documentos históricos. Se distribuyeron de dos en dos: San Josemaría y Juan Jiménez Vargas, Pedro Casciaro y Francisco Botella, José Ma Albareda y Miguel Fisac, Manuel Sainz de los Terreros y Tomás Alvira.
En el hotel Palacín vivían también por aquellos días algunas de las personas citadas en el Diario: el coronel René Baulard que era el jefe de las fuerzas francesas que aseguraban el orden en el Principado; el guía de la expedición Josep Cirera que habitualmente se alojaba en este hotel, como nos ha comentado personalmente y se deduce también de los relatos del Diario; el Sr. Manuel Cerqueda, director de un banco de Sant Julià de Lòria; el cuñado de un banquero de la Seu de Urgell que también era cuñado del Vicario General de la diócesis de Urgell.
Este día escribe el Diario, José María Albareda, que resumimos a continuación:
Primer despertar en lecho con sábanas, y al repicar de una campana. El desgaste físico ha sido tan brutal, que hacía falta este largo dormir de diez o más horas, dormir macizo, hondo, restaurador. A las ocho, nos levantamos tras el “Pax”, que nos ha dicho el Padre. Y vamos a la Misa que el Padre celebra, en la iglesia de Escaldes. Es la primera Misa que oímos en una iglesia; y este retorno a la normalidad litúrgica llena de emoción.
Durante los meses pasados, meses de vandalismo contra todo lo divino, hemos encontrado y conservado y llevado al Señor, como a hurtadillas y en secreto: le veíamos en tal piso, en tal ocasión. Isidoro, en Madrid, por teléfono, me decía a veces: “mañana, a las ocho y media, te espero en mi oficina”… ; que si me ha visto la portera, que si chocará el ir pronto a tal casa… Pero ahora vamos a la Casa del Señor, donde está siempre; donde está con el decoro que prescribe la Iglesia; donde hay fieles, concentración de plegarias, recogimiento. ¡Señor, vuelve pronto a las iglesias devastadas!
El Padre celebra por primera vez con ornamentos y le ayuda Juan. Celebra la Misa de San Francisco Xavier, y, al dar gracias, nos recuerda que es el santo de Monseñor Lauzurica.
Desayuno normal: café con leche, azúcar y pan tostado, en abundancia. Luego, vamos a hacer algunos encargos a Andorra. Pasamos, en Escaldes, por el colegio Meritxel y vemos, detrás, un oratorio de S. Benito. Entramos: sencillo, selecto en su ornamentación. Creo que allí está el núcleo de Montserrat emigrado; acaso, guardada la imagen de la Virgen.
Recorremos el kilómetro que nos separa de la capital, admirando otra vez la belleza gigante del valle. En la farmacia, Juan adquiere un medicamento, que no cobran, en obsequio a los evadidos de la persecución. Necesitamos certificado de estar vacunados y fotografías, para el documento que permitirá atravesar Francia. En una oficina, un doctor francés muy uniformado hace como que nos vacuna. Y se sacan las fotos. El Padre ha escrito una postal a Isidoro; postal que, como tiene la desgracia de ir a internarse en la zona roja, va redactada en “estilo figurado”. También pone un telegrama al Obispo de Vitoria, para felicitarle.
El rudo caminar ha destrozado los pies de Manolo y Tomás, sometidos ahora a tratamiento por Juan. Por eso, vienen de Escaldes a Andorra en coche. En coche que les brinda la cordialidad de un señor.
Y, al encontrarnos en Andorra, nos traen un telegrama acogido con entusiasmo; viene de S. Jean de Luz, dice: “Jacques Not irá mañana a recogerlos”. (Firmaba el telegrama la marquesa de Embid).
Se continúan los encargos, reducidos al mínimum porque las pesetas “buenas” se cotizan a 0,60 franco; de las otras, en las tiendas, no se admiten a ningún precio.
Visitamos el museo, que contiene buenas ampliaciones fotográficas de Andorra. Y ya hace la hora de comer. Otra comida normal: pan, pan blanco, esponjoso, abundante, de harina. Por la tarde se recogen las fotografías, y se va a la oficina a que nos “documenten” ahora ya, un papel, pero bueno. Al regresar, se visita el Señor. Tarea encomendada a esta tarde ha sido poner al corriente los diarios. Ha estado el guía y ha contado detalles que desconocíamos. Un día más tarde no se hubiera podido realizar el paso de la frontera, castigado la noche última por ventiscas y nieve. Los carabineros anduvieron cerca más de una vez. El segundo río cruzado en la penúltima jornada lo atravesamos por mal sitio, porque en el vado bueno esperaban los carabineros; el guía vio luz y desvío el rumbo. Y, el día pasado en el bosque, los carabineros estuvieron en la casa de la familia del guía, próxima al bosque, casa de tradición contrabandista; les quisieron entretener, pero dijeron que tenían que vigilar aquellas proximidades.
Se espera, durante la tarde, la llegada del coche pero la distancia de S. Juan de Luz es larga, y no extraña que no haya venido.
Después de cenar, hay lectura de diarios; pero no nos hemos puesto todavía al corriente.
Sábado, 4 de diciembre de 1937
Este día escribe el Diario, Tomás Alvira. Lo resumimos a continuación:
Son las siete de la mañana y está nevando, cuando comienzan nuestras actividades de este día. (…)
Nos disponemos a cumplir nuestro primer deber: oír la Santa Misa. Manolo y yo, equivocadamente, vamos a la Iglesia de Escaldes, sin saber que es en Andorra (distante un kilómetro del pueblo anterior) donde hoy ha de celebrar el Padre. De regreso a casa, nos explican la equivocación y nos dicen que en Andorra han estado también en Misa cinco compañeros de penas y fatigas de nuestro viaje.
El Padre ha quedado en Andorra a desayunar con el Sr. Cura que lo ha invitado. Después, acompañado de José María, Miguel y Pedro, ha ido a visitar a los Padres Benedictinos de Montserrat que están en el Colegio Meritxel: amabilísimos, les han enseñado muy bonitas casullas de estilo antiguo.
Hoy ha sido el día dedicado a la correspondencia. Antes y después de comer se han escrito tarjetas en castellano, francés e inglés, a familias y amigos (…).
Durante todo el día invade nuestro ánimo una pequeña zozobra: como no ha cesado de nevar, se habla con insistencia en el pueblo de que casi seguro que se ha cerrado el puerto de En Valira, que tenemos que atravesar forzosamente para ir a nuestro destino. Estamos desde ayer esperando el coche, que nos envía el hermano de José María, y no llega. ¿No habrá podido pasar? ¿Estará mucho tiempo el puerto cerrado? ¿Tendremos que permanecer aquí varios días? (…) hace un frío intensísimo.
El comedor es el sitio más confortable del hotel donde nos alojamos, debido a una estufa eléctrica que proporciona una temperatura bastante agradable. Por eso, es en esta habitación donde nos reunimos para ir pacientemente dejando pasar las horas, hasta las seis que nos marchamos al oratorio de los Padres Benedictinos para hacer una visita al Santísimo.
Las calles están cubiertas de nieve; no apetece andar por ellas, así que rápidamente regresamos a casa, donde después de cenar con un apetito inmejorable (¡hemos pasado tanta hambre!), nos vamos a nuestros lechos.
En la calle sigue nevando.
Domingo, 5 de diciembre de 1937
Escribe el Diario, Pedro Casciaro
Los Benedictinos de Montserrat, oliéndose que las cosas iban poniéndose feas en España, estos años anteriores pensaron prepararse un apeadero en Andorra, donde poderse refugiar en caso de motín o revolución. Se trata de un moderno hotel, capaz de alojar ciento y pico de huéspedes, que, en caso de peligro en España, los Padres se refugien en el edificio. En frente tienen también los hijos de San Benito un garaje y un colegio, con una capillita adosada. Ambos edificios están construidos con grandes mampostes desiguales y tejados de pizarra. La arquitectura es francamente de buen gusto y muy bien ambientada en el lugar. (…)
A su capilla nos hemos dirigido hoy, para que el Padre diga la Santa Misa, y nosotros oírla. Este oratorio, que ellos usan para su vida monástica, lo emplean también para los chicos del colegio. Es una pieza rectangular de tonos azules pálidos. Una mesa de altar de madera, sostenida por tres gruesos prismas rectangulares; cuatro candelabros de líneas quebradas, también en madera; el Sagrario, cubierto con conopeo de color litúrgico, es otro prisma rectangular; y, como retablo, un cuadro en forma de tríptico con nuestro Señor crucificado y, a un lado, S. Benito y, a otro, Sancta Maria Mater Dei.
(…) Regresamos al hotel, para desayunar, y comienzan nuestras conversaciones, a fin de resolver el problema de nuestra marcha.
El coche enviado por el hermano de José María no llega, y sigue nevando. (…) A la una menos cuarto; “tres cuartos de dotze”, dicen por aquí, hora de sentarnos a la mesa: comenzamos por atacar la imponente torre de pan. Fortalezas más altas sucumbieron. Cuando empiezan a servir el primer plato, ya tenemos cada uno dentro un par de trozos. Al poco, se abre la puerta del comedor: alzamos las cabezas y contestamos a las gentiles inclinaciones de un coronel francés (Monsieur le Colonel), que mide dos metros casi de altura.
Hemos acabado los cuatro platos y el postre. Manolo sigue cazando, con sus dedos y por adherencia, las migas que han quedado en el mantel. Nos levantamos y nos dividimos en dos grupos: uno, formado por el Padre, Paco, Miguel y yo, se dirige a Andorra la Vieja, para visitar al Sr. Arcipreste; el otro grupo se esparce por los cuartos y el comedor.
El Sr. Cura Párroco de Andorra vive en una casa de las más confortables de la plaza principal del pueblo. El primer día nos recibió en su despacho: una pieza pequeña, amueblada con una mesa de trabajo, una estantería-cajonera y unos cuadros a más de las sillas y del sillón imprescindible. Uno de los cuadros representa a S. Ignacio celebrando la Sta. Misa, otro es la litografía de la muerte de S. Francisco Xavier en las playas de China.
Sobre la mesa de este despachito suele haber casi siempre un puñado de cartas: es que el Sr. Cura ayuda a comunicarse a las familias situadas en ambas Españas. Esta ayuda consiste en cambiar de sobre y franquearlas.
Hoy el Arcipreste no nos recibe en el mencionado cuartito; tras de pasar una sala, con aspecto de comedor, bastante espaciosa, nos introduce en la cocina. (…) Una vez así recibido, se puede uno considerar inyectado en la corriente circulatorio-política del Principado. (…) El batlle, el veguer y el notario episcopales son asiduos contertulios; y la hospitalidad del Arcipreste hace que nunca falte una taza de café y una copa de anís, servidos por el ama, que no hay que olvidar que es el jefe de derecho en aquella habitación.
Comienza nuestra visita a las dos y pico; a las tres, se interrumpe, y todos acompañamos al Sr. Cura a la iglesia, donde se reza el Santo Rosario y una novena a la Santísima Virgen. Nosotros asistimos desde el coro.
Terminado el acto, regresamos a la casa parroquial, y tomamos café y una copa de anís. Hablamos de muchas cosas: de nuestras aventuras por la España roja; del hambre en Madrid, de la situación en Andorra, …
La visita nuestra al Arcipreste duró cinco horas y pasamos agradablemente la tarde.
Regresamos a Escaldes, llegando a la hora de cenar: la torre de trozos de pan, las inclinaciones de cabeza, y, después de terminada la cena, rezamos en el cuarto ocupado por el Padre y Juan. Nos despedimos, y comenzamos cada uno en su cuarto (los cuartos eran de dos) a desvestirnos de aquellas prendas que llevamos sobre nuestros cuerpos tanto tiempo… : tenemos verdadera penuria de ropa; ni aún siquiera dos mudas tenemos cada uno; todo ha ido quedando en el camino. Salimos con peso excesivo en las mochilas y conforme aumentaban el cansancio, iba disminuyendo el número de prendas. Allá, en aquel monte, los zapatos; luego, en la masía, todo lo demás.
Lunes, 6 de diciembre de 1937
Escribe el Diario, Manuel Sainz de los Terreros
Amanece un día espléndido, lo que nos llena de alegría, pues el puerto quedará abierto y podremos continuar nuestro viaje hacia España.
Vamos a la capilla de los benedictinos, donde celebra el Padre; y, terminada la Misa, nos volvemos al hotel.
A media mañana, hacemos todos la oración, siguiendo todos las palabras que nos dirige el Padre. Con esto y una parte de Rosario, se hace medio día. Bajamos al comedor, donde el Sr. Cerqueda nos dice que mañana por la tarde podremos salir en autobús, con otros de la expedición. Si fuera así, haríamos noche en Lourdes y oiríamos allí la Sta. Misa el día de la Inmaculada.
Estamos encantados, por poder salir por fin y por esta feliz coincidencia; y todo esto, con un sol magnífico, hace que rebose la alegría en todos nosotros.
Después de comer vamos a Andorra, a casa del párroco que nos ha invitado a tomar café. Primero hacemos la visita al Ssmo. y luego, mientras Miguel hace un apunte de la iglesia, los demás nos calentamos en la cocina del Sr. Cura. Acabado el café -y la copa-, nos acompaña el Párroco a visitar el Parlamento andorrano.
Se hacen más apuntes, y se ve ese típico edificio, en el que la parte principal consiste en la sala de banquetes (i…!), cocina y sala de reuniones; hay también una capilla, biblioteca, etc. Todo esto con un sabor tradicional muy agradable.
De vuelta a la cocina del Párroco, nos cuenta este señor cosas y costumbres de Andorra, con lo que se nos pasa muy agradablemente la tarde.
Estamos cenando ya en el hotel, cuando entra el Sr. Cerqueda y nos dice que por haber más nieve de la supuesta, en el puerto, no podremos salir hasta pasado mañana o más tarde. Esto nos produce un gran disgusto, pues con las prisas que tenemos nos vemos invernando en Andorra; todos son planes y comentarios, para salir de aquí como sea. Y de esta forma nos retiramos a dormir. Mañana Dios dirá.
Martes, 7 de diciembre de 1937
Escribe el Diario, Francisco Botella
Esta mañana, como de costumbre, nos ha despertado el Padre a las ocho. Hace mucho frío y nos vestimos rapidísimamente. Nos reunimos en la habitación del Padre y de allí nos vamos a oír la Sta. Misa. Pedro se ha retrasado un poco, y me quedo para que vayamos juntos. Me equivoco: he entendido que se celebraría en Andorra; nos damos un paseíto en vano, porque la Misa es en Escaldes. Es en acción de gracias de San Nicolás.
Llegamos Perico y yo muy oportunamente, pues cuando el Padre da la Comunión entramos en la iglesia. Salimos pronto, por el frío, y nos dirigimos al hotel a desayunar.
Ya ayer por la tarde hubo impaciencias, opiniones y acaloramientos por el asunto de nuestra salida de aquí; y el Padre nos tranquilizó y calmó nuestra agitación. Las autoridades andorranas nos recomiendan que esperemos a que se abra el puerto; y parece que se va a abrir… dentro de bastante tiempo.
Es nuestra idea salir hoy del principado y continúa nuestra conversación sobre esto; el Padre ha dicho a Juan y José María que se encarguen de entrevistarse con los gendarmes, para hablar del paso del puerto. Y nos vamos a Andorra Pedro, Miguel y yo con el Padre.
Pedro y Miguel han hecho unos apuntes de una cruz de término bastante moderna y que se presta a hacer un apunte a acuarela, pero que a lápiz no puede dar un gran efecto. Está lloviznando, y se interrumpe dos veces el dibujo del apunte, que por fin llevamos al Sr. Cura de Andorra la Vieja[1].
Por la mañana se ha hablado con el cura de Escaldes y ha dicho que en auto-oruga se puede pasar el puerto. Ha mostrado mucho interés por nuestra salida y nos insinúa que, tal como está el puerto y continuando el tiempo propicio para nevar, se tardará mucho en poder pasar en coche. Hará las gestiones oportunas para facilitar el viaje, y quedan Ricardo y José María encargados de esto.
Sin saber a punto fijo de qué forma, pensamos en pasar el puerto como sea.
El Sr. cura de Andorra nos confirma cuanto dijo el de Escaldes sobre el auto-oruga; y además nos dice que, en el refugio de la sierra, encontraremos facilidad para proporcionarnos skis y raquetas. Hemos estado un rato en la cocina de tertulia, como en días anteriores, y le hemos dado el dibujo que ha hecho Pedro, firmado con su consabida P floripondiada. Nos dice el Párroco que ha encargado una “coca andorrana” y que, si continuamos aquí, la tomaremos en la cocina mañana. Como creemos que no estaremos, nos despedimos.
Sacamos, de la conversación con el cura, la impresión de que saldremos en el auto-oruga; y nos dirigimos a Escaldes, donde nos esperan los demás.
El Padre llegó del viaje con las manos llenas de pinchos; Juan ha ido sacándoselos, uno a uno; en total, veinticinco o treinta. Estaban las manos tan hinchadas, que al día siguiente de llegar, como las tenía muy doloridas, le dio Juan unas fricciones de salicilato creyendo que era reuma. Los demás todos hemos tenido también algún pinchazo que otro. Y es que había sitios tan difíciles que, para trepar, las manos trabajan enormemente y los matorrales con pinchos abundaban mucho.
La estancia aquí se prolonga enormemente, y estamos impacientes y dispuestos a pasar el puerto hoy. Hemos llegado al hotel y en el comedor, que es el único sitio donde se puede estar con poco frío, nos encontramos a los otros que están hablando con el cuñado del Sr. Vicario General de Seo de Urgel, que está aquí en Andorra dirigiendo un negocio de maderas. Este señor, muy amable, viene a decirnos cuantas noticias sabe de la situación del puerto: hoy lo han pasado unos cuantos hombres y dos mujeres, y nos anima para hacer lo mismo.
(…) José María y Manolo van a hablar al coronel sobre el asunto; y este señor con gran suavidad, les recomienda esperar a que se despeje el puerto, y salir en coche directo. Las pocas facilidades que monsieur le Colonel nos da, nos ponen de mal humor.
Hemos comido entre conversaciones sobre lo mismo, y, al acabar, un andorrano que ha pasado el puerto esta mañana nos trae unas letras escritas en Hospitalet, que van aclarando muchas de las equivocaciones habidas desde nuestra llegada aquí: un taxista de Hospitalet debía haber venido por nosotros, para llevarnos directamente en su coche a S. Juan de Luz; no vino inmediatamente, y luego la nieve ha interrumpido el paso por el puerto. El que nos trae las líneas habla del viaje que él ha hecho; y, con la ilusión de poder nosotros emprenderlo en sentido inverso, se acuerda insistir más cerca del coronel. Otra vez Manolo y José María hablan con él, y otra vez les da una contestación similar.
(…) Con el Padre nos vamos Pedro, Miguel, Ricardo y yo a casa del cura de Escaldes, a quien ha prometido el Padre visitar esta tarde. Nos ha dicho que, con el calzado que llevamos, es imposible pasar el puerto a pie.
Después preguntamos si el auto-oruga del refugio funciona; y nos contestan los gendarmes que no puede pasar el puerto.
No queda más solución, pues, que esperar o ir mañana al refugio, donde pasaremos con los gendarmes. Pero esto es difícil, por el calzado, etc. El tiempo que hay que andar es, según nos dicen, ocho o diez horas.
En el hotel nos hemos reunido; y, antes, hemos hecho la visita.
Después de haber insistido todo el día (el Padre dice que ineducadamente) nos hemos quedado tranquilos. Estamos ya dispuestos a esperar a que se abra el puerto, ¡pero que sea pronto!
Estamos reunidos en el comedor al lado de la estufa, y nos acordamos de los nuestros que quedan en el Calvario de la zona roja. El Padre, cada vez que se acuerda, se entristece mucho. Hay que creer que esta obligada espera será muy conveniente, cuando el Señor así lo ha dispuesto.
El Padre ha bajado hace poco. Se ha dormido en la cama de Pedro. Entre la conversación ha hablado el Padre de nuestra labor, y poco a poco se han ido transformando sus palabras en una de aquellas charlas, tan queridas por nosotros, y que nos recuerdan el cuarto del piano de nuestra Casa de Ferraz 50. Evocó nuestra vida de trabajo, y nos ha despertado más el deseo de encontrarnos en España y de abrazar a los nuestros que allí están separados hace tanto tiempo de nosotros. Esperamos que pronto el Señor nos facilite el paso a nuestro campo de trabajo. ¡Qué bien nos vienen estas charlas!
Ha llegado la hora de cenar y nos acomodamos en nuestra mesa.
Antes de cenar ha venido el Sr. Cura de Escaldes y le dice al Padre si quiere celebrar mañana la Misa en el oratorio de las religiosas de la Sda. Familia. Quedamos en ir a la siete y media allí; y, si puede ser, iremos todos. La idea de que nos inviten a desayunar nos alegra bastante. Más tarde viene el Sr. Cura a decirnos que podemos ir todos.
Hemos acabado de cenar y, después de rezar las Preces en el cuarto del Padre, nos disponemos a meternos en nuestras húmedas camas.
Miércoles, 8 de diciembre de 1937
Escribe el Diario, Miguel Fisac
El día de la Inmaculada madrugamos más que de costumbre, para oír la Sta. Misa que el Padre decía en el convento de monjas de la Sagrada Familia, fundación de esta diócesis para asistencia de hospitales y que actualmente también se dedica a la enseñanza.
En una capillita bastante pobre, celebró el Padre; y, en el momento de la Comunión, cada monja leía en un librito una fórmula renovando sus votos.
Al final hubo mucha curiosidad, por parte de las monjas, de saber detalles de nuestra evasión y estancia en la zona roja. Después de una corta visita, en una habitación también muy pobre, regresamos al hotel, a desayunar tostadas con mantequilla, que para eso es fiesta.
Se leen los diarios de días anteriores; se toman algunos apuntes; todo esto en el comedor y cerca de la estufa eléctrica. El Padre, acompañado por Paco, va a visitar al Sr. Cura de Andorra; y a la hora de comer regresa sólo Paco, pues el Padre se queda a almorzar con D. Luis.
Una vez terminada nuestra comida en el hotel, que no ha tenido nada de digno de relatarse, a no ser la confusión de comer entre cuatro la ración que en la cocina habían dispuesto para ocho, nos marchamos a casa del simpático D. Luis Pujol, Cura-Arcipreste de Andorra, todos menos Manolo que por sus molestias de pies prefiere quedarse en el hotel.
Bien merece un paréntesis este Sacerdote tan acogedor, que ha ayudado con verdadera fraternidad cristiana a los sacerdotes que han podido escaparse del paraíso rojo, procurando después acomodarlos en parroquias francesas o haciendo las gestiones necesarias para que puedan trasladarse a la España liberada.
Con el Padre y nosotros no ha podido portarse de manera más desprendida y cariñosa.
De vuelta de la iglesia, en donde han cantado vísperas y una novena a la Virgen, se obsequia a todos nosotros con la típica coca andorrana, que es una torta sin trampa ni cartón, con huevo y no sé qué otras cosas, y con unas copitas de anís y vino añejo, dicen que también de Andorra y después el ya conocido café y la copa. Se habla de mil cosas, se toman apuntes de la cocina y del gato, se le dedica un retrato al Sr. Cura, se elogia su hospitalidad y, como ya es hora de cenar, se emprende el regreso pisando barro en abundancia. Por el camino, el Padre nos cuenta la comida: entremeses variados; canalones, plato típico catalán; cabeza de ternera; chuletas; pastas.. ¡un banquete!
A media tarde, Juan y Paco han estado enterándose del estado del puerto: parece que mañana, a media tarde, quedará libre. Dios lo haga, pues ya va siendo mucha Andorra.
Durante la cena, un ingeniero de la Hidroeléctrica ratifica las noticias que ya conocemos.
Después de cenar hay quien toma bicarbonato… Rezamos las Preces, y a la cama.
Jueves, 9 de diciembre de 1937
Este día, siguiendo el orden establecido, le tocaría escribir el Diario a Juan Jiménez Vargas, pero no sabemos qué pasó que no consta nada escrito.
Viernes, 10 de diciembre de 1937
Escribe el Diario, José María Albareda
Este día parece que va a tener especial interés, porque al fin se decidió anoche salir de Andorra.
La hora señalada, para salir en autobús, es la de las siete y media. Nos levantamos a las seis, para que celebre el Padre la Sta. Misa en la parroquia de Escaldes a las seis y media. Todavía está cerrada la iglesia; viene el sacristán y al cabo de poco tiempo llega el párroco con la llave de la sacristía. Se celebra la Sta. Misa a las siete menos cuarto.
Nos han dicho, al salir del hotel, que no nos vamos hasta las ocho. A las siete y media desayunamos. Se va a emprender el camino.
Al levantarnos, Juan, haciendo confluir su ciencia médica, su pericia deportiva y su solicitud insuperable, ha arreglado con vendas, calcetines y capas de papel los pies de todos, en especial de los que han de marchar por la nieve con alpargatas.
Despedida del hotel. La cuenta. ¿Hará falta decir que ha llegado la hora de Manolo? Ocho personas, ocho días, a veinte francos, más el diez por ciento, son 1.408 francos para quien calla y paga. El hotelero afirma que es precio de estables, que no pagan menos los que llevan residiendo seis años, que no se puede trabajar por menos; pero Manolo se agarra a la cuerda sentimental: “hemos venido sin nada”, “el que nos rebaje algo es por deberle agradecimiento”, “así quedamos más amigos”, “¿cuánto le parece que se puede rebajar?”. Silencio, y el que calla otorga. “¿Lo podíamos dejar en 1300 francos? Así quedamos más amigos, le debemos agradecimiento”. Y el hotelero, conmovido, complaciente, amable, amigo y… acreedor de 108 francos de gratitud.
Son las ocho y pico, y, con los compañeros de fatigas de las caminatas nocturnas, ocupamos un autobús. Salimos, por fin, de Escaldes. Arriba, arriba, hay que llegar al puerto a 2.400 ms. de altura.
Entre las rocas inmóviles, el motor tiene un trepidar grave y cachazudo. Caserío de Encamp. Cruzamos el pueblo a pie. Canillo. Soldeu.
El paisaje ha ido desprendiéndose de complicación y es cada vez más alto y homogéneo, más elemental. Ya nos despide la gendarmería, y el último pueblo lo ha dicho todo: sol i Deu.
Fracasan varios intentos del coche, que no puede seguir. Y a pie por la carretera nevada. Hasta el Pas de la Casa, entrada en Francia, en que esperará otro autobús, hay unos 13 kilómetros.
Vamos por la carretera hasta el Refugio En Valira. La nieve está grata: ni dura, ni fangosa; crujiente, suave, diminutamente cristalina. Al principio hay poca nieve, se ven bien los indicadores de kilómetros y hectómetros, y hay una senda abierta. Luego hay más nieve, no se ven los mojones que señalan la distancia. Se hunde toda la rodilla en el mullido suelo.
Hemos caminado algo más de una hora, cuando, después de las once llegamos al Refugio. Manolo, a pesar de sus pies heridos, ha marchado en vanguardia.
En el Refugio hay esquiadores franceses. Parados, se siente frío. Penetramos, a tomar un tazón de café con leche; la leche estaba muy diluida, pero la concentramos fuertemente de azúcar.
Cerca de las doce se reanuda la marcha. Por su mejor preparación, ha ido Miguel continuamente junto al Padre; pero el Padre no ha tenido ninguna dificultad en la marcha: el reuma quedó ya perdido; no sabemos quién se lo llevó: el agua de los ríos, las cuestas de las montañas, las ramas del matorral, los prados húmedos, los guijarros puntiagudos (…)
Ascendemos, hincando las rodillas y aún el muslo en unas huellas profundas. El día es luminoso y el paisaje limpio, elementalísimo: el azul del cielo y el blanco de la tierra. Sol y nieve, fuerza y pureza, calor de lo alto y abajo tersura; sol y nieve, rostro y vestiduras del Señor en el día de la Transfiguración. ¡Qué bien se está aquí! Todas las cosas parece que se transfiguran en un simbolismo de magnificencia. (…)
El puerto está dominado. Encontramos una brigada francesa con palas y un tanque para quitar la nieve, que ha dejado libre desde allí la carretera, cubierta hace unos días desde Hospitalet. Pero al principio preferimos la recta a la quebrada, y nos precipitamos, sin esfuerzo y sin freno, por aquella capa de nieve, de un espesor que llega hasta los muslos. Alguna vez nos sentamos y aún rodamos. Luego, se impone la prudencia y el respeto al traje de un señor que, normal en la ciudad, es excepción aquí; y seguimos la carretera.
Tiene una baranda de nieve; y es entretenido volcar pequeños bloques sobre la ladera, y verlos rodar hacia el valle que se inicia.
En el Pas de la Casa, puesto veraniego de la aduana francesa, espera un autobús de unas 14 plazas, en el que nos comprimimos los veintitantos. Y a Hospitalet.
Revista de equipajes. Control de documentación. Esto dura desde las dos hasta las cinco y pico.
Comemos. La comida es corriente y cara: 16 francos, a pesar de la intervención de Manolo. Y cuando la molesta cachaza de policía y chófer lo tienen a bien, salimos en taxi; en taxi que debió venir a recogernos a Andorra al día siguiente de llegar, y que dio lugar, por negligencia, al cierre del puerto.
Ha anochecido, y calmosamente vamos hasta pernoctar en St. Gaudens, cerca de las diez. Al salir, rezamos el rosario. ¿Oiremos Misa mañana en Lourdes? El chófer no tiene nada de servicial, ni de comunicativo, ni de complaciente.
Estamos ya abajo, lejos de las cumbres nevadas. Y con el prosaísmo de una cena excesiva en el Hotel Central de St. Gaudens -hotelero amable, conmovible por Manolo, que cree leer pobres hambrientos donde la policía escribe refugiados políticos-, se cierra este día en que cruzamos el puerto nevado, a 2.400 metros de altura.
Finalizada la anterior descripción del paso de Andorra a Francia, hecha por José María Albareda, él mismo cierra el Diario del Paso de los Pirineos con esta nota que reproducimos a continuación:
Aquí se acaban las notas. Cuando podamos reunirnos más adelante, será fácil describir con todo detalle las otras jornadas: Lourdes, San Juan de Luz, el puente internacional de Irún, Fuenterrabía, San Sebastián…, las primeras impresiones en nuestra España, etc., hasta ligar la narración con el diario.
Laus Deo!
Unos recuerdos de Francisco Botella y Pedro Casciaro
Para acabar este capítulo de la estancia de san Josemaría en Andorra durante el año 1937, añado algunos recuerdos escritos en el año 1975 por Francisco Botella y Pedro Casciaro sobre los nueve días pasados en Andorra y su entrada por Irún el día 11 de diciembre de 1937.
Francisco Botella, escribe:
De San Julián, por la carretera a Escaldes, andando por supuesto. Allí nos dirigimos al Hotel Palacín y José María habló por teléfono con San Juan de Luz. Desde allí se habló con el Hotel de que pudiéramos quedarnos. Llegamos con un aspecto lamentable, como es natural. Apenas tuvimos tiempo de tomar posesión de las habitaciones y asearnos un poco, cuando llegó la hora del almuerzo, temprano, por el horario francés. Aquel día comimos bien. Traían a nuestra mesa pan y más pan. Los demás del comedor miraban sorprendidos como desaparecían como por ensalmo. Se reían con nosotros.
El Padre después de comer propuso ir a la parroquia de Andorra para saludar al Párroco. Entramos en la casa parroquial y pasamos un rato. El Padre se orientó sobre el sitio donde Celebrar al día siguiente. Por allá andaba enredando un gato y Miguel hizo un dibujo del animal, a petición del Padre. Este sacerdote, catalán, se llama D. Luis Pujol.
Se hacían los planes para salir enseguida de allí, hacia Fuenterrabía, pasando por Francia. El Padre apenas había repuesto el mínimo necesario sus fuerzas, pero quería continuar pronto el viaje porque, decía, habíamos salido de la zona roja para trabajar sin demora y con brío. Por otra parte, el gasto en este Hotel aumentaba. Yo no sabía demasiado de este asunto, pero era evidente que no teníamos nada de dinero.
Creo recordar que este mismo día 3 de diciembre por la tarde empezó a nevar y a nevar en serio.
No había nevado mientras estábamos en marcha por los Pirineos, porque el Señor quiso que llegásemos a Andorra.
Y cayó una nevada enorme, que paralizó nuestros planes y hasta dificultó el movimiento en Escaldes. No se podía salir del Hotel sin meterse en la nieve hasta las rodillas. Era necesario esperar y suspender la salida hacia Francia, hasta dar tiempo a que los coches pudieran circular por la carretera.
El día 4 seguía nevando. El Padre nos dijo que parecía evidente que el Señor quería que nos repusiésemos, pero que había que aprovechar bien el tiempo. En el cuarto de estar del Hotel, que creo que estaba al lado del comedor, hasta el punto de que las mesas de éste se podían emplear como ampliación del cuarto de estar, nos establecimos para trabajar. Lo primero que hicimos fue poner al día el diario del paso de los Pirineos.
El día diez por la mañana, después de desayunar, con un sol espléndido, nos encontrábamos andando con nieve hasta las rodillas, nieve que empezaba a derretir el sol. El paisaje era maravilloso y la marcha parecía de broma al principio. Cuando habían pasado unas horas, teníamos los pies bien húmedos y fríos, porque seguíamos con alpargatas, tal como llegamos y el Padre sus botas muy rotas. No compramos otro calzado en Escaldes, porque no teníamos dinero.
Caminamos por la carretera del puerto de Envalira, que nos pareció tan duro como las subidas agotadoras del paso de los Pirineos. Pasamos por Pas de la Casa y descendimos hacia Francia, bien mojados, pero cantando y alegres, a media tarde. Poco más y estamos en el pueblo francés de Hospitalet, donde nos esperaban dos taxis que nos mandaban desde San Juan de Luz. Nos metimos en los coches y notamos un bienestar que era para dar gracias a Dios, pero que de momento no logró suprimir la sensación de encharcamiento frío de nuestros pies.
Estaba ya avanzada la tarde cuando los coches se pudieron en marcha. Las autoridades francesas nos dieron un pase que nos permitía pasar por Francia, pero por unas horas, sólo las precisas para llegar a la frontera española. Habían telefoneado para controlarnos el tiempo.
No hicimos caso y dormimos en Saint Gaudens. No podíamos más y el seguir el viaje de noche fué desechado pronto. Habíamos cenado con rapidez y cierta parquedad, el cansancio nos tenía como paralizados.
Se habló de pasar por Lourdes. El pase que nos dieron no permitía ninguna parada en Francia, porque nos consideraban refugiados políticos. Pero el Padre quería Celebrar en Lourdes y salimos para allá. El día 11 de diciembre Celebró pues el Padre en Lourdes. Acciones de gracias a la Virgen. Era la primera vez que el Padre estaba allí. Al Padre le costó alejarse de la gruta. En cambio estaba bastante irritado con la comercialización que se palpaba en cada calle y en casi todas partes.
Asistimos a la Santa Misa del Padre, desayunamos y otra vez a los taxis, camino de San Juan de Luz. No quiso el Padre que cayésemos, ni de lejos, en hacer ni un rato de turismo. Sólo estuvimos el tiempo justo para rezar a la Virgen y Celebrar el Padre la Santa Misa.
De seis a siete llegamos a San Juan de Luz. Se había cerrado la frontera y llamaron por teléfono para que la abrieran.
Atravesamos el puente internacional sólo nosotros, pegados al Padre, como familia bien unida y compacta, con emoción. El Padre rezaba jaculatorias y daba gracias en voz baja, que oíamos muy bien. Le acompañamos en su oración: en silencio. Cuando pisamos la frontera, el Padre seguía, en voz baja, rezando. No dimos los gritos de júbilo, que eran bastante habituales en estos casos: gritamos por dentro, con fuerza, al Señor. Al unísono del Padre.
Y Pedro Casciaro, en el año 1975, recuerda:
Entre mis recuerdos de Andorra, algunos no son muy espirituales. Me refiero al reconfortante baño de agua caliente y jabón en el Hotel Palacín, donde nos alojamos. También me refiero a la primera comida normal que hicimos en el hotel. Debido a que nuestros organismos estaban desacostumbrados a digerir, y debido también a que los más jóvenes no tuvimos la prudencia de comer muy poquito -como concretamente hizo el Padre, que apenas tomó bocado-, lo pasamos muy mal en esta primera digestión. Simplemente comimos Francisco Botella y yo un bisteck con patatas fritas, unos trozos de pan blanco y una fruta; pero aun recuerdo el malestar y el ahogo que sentimos los dos mientras hacíamos la digestión. Ocupábamos el mismo cuarto y tuvimos que abrir la ventana -que daba directamente al río Valira de Canillo- para recibir el alivio del aire fresco.
La Gendarmería francesa nos había dado un salvoconducto de refugiados políticos que sólo autorizaba venticuatro o cuarenta y ocho horas de tiempo para llegar hasta la frontera española de Irún. Apenas tuvimos en nuestro poder tal documentación, cayó una fuerte nevada que cerró el puerto de Envalira: quedamos incomunicados con Francia. Por esto se prolongó nuestra estancia en el Hotel Palacín.
En el mismo Hotel Palacín se alojaban el Coronel Boulard y los oficiales de las fuerzas que la República Francesa había destacado para defender el pequeño Principado de las incursiones de los milicianos españoles.
Pasaron los días y, en vista de que la carretera seguía bloqueada por la nieve y los partes meteorológicos no eran nada optimistas, nuestro Padre decidió que nos encamináramos a pie hasta Francia. Al fin y al cabo estábamos ya familiarizados con el Pirineo; nuestro Padre había mejorado la hinchazón de sus manos; y, además, había una razón fuerte para seguir adelante: no quedaba dinero para continuar pagando el Hotel Palacín.
El día 10 de diciembre de 1937, después de celebrar nuestro Padre la Santa Misa, salimos muy temprano en un camión con ruedas pertrechadas de cadenas, que no pudo pasar más arriba de Soldeu. Desde ahí tuvimos que seguir a pie unos quince kilómetros, hundiéndonos en la nieve hasta más arriba de la rodilla. No recuerdo cuánto tiempo nos llevó el recorrido, pero cuando llegamos a L’Hospitalet, ya en terreno francés, no sería antes de las cinco de la tarde. Allí nos esperaba el automóvil de alquiler que habían enviado los amigos de José María Albareda. Apiñados dentro del vehículo y ateridos de frío, iniciamos nuestro recorrido francés… Hacía un frío feroz, y todos nosotros, completamente mojados hasta los tuétanos, íbamos titiritando dentro de aquel viejo Citröen.
Llegamos muy tarde a una modesta pensión en Sant Gaudens, de la que sólo recuerdo el piso de linóleum y la ausencia de fundas de almohadas en las camas. No creo que dejara de tiritar hasta que me quité la ropa mojada y me acurruqué en un pozo de mantas.
A la mañana siguiente, 11 de diciembre, nos levantamos antes de que se hiciera de día y reemprendimos el viaje en el mismo taxi. Durante el camino tuvimos tiempo sobrado de hacer la oración mental y rezar una parte del Rosario. Después de recorrer unos cien kilómetros, llegamos a Lourdes todavía muy temprano. Todo estaba cerrado -tiendas, restorans, etc.-, a excepción de la cripta de la Basílica del Rosario. Nuestro Padre deseaba celebrar cuanto antes la Santa Misa y se veía que, desde que salimos de Sant Gaudens, se estaba preparando, porque nada habló durante el trayecto. Una vez que entramos a la Basílica, yo le acompañé a la sacristía que estaba -creo recordar- a la derecha del presbiterio. Celebró en el segundo altar lateral de la derecha de la nave, bastante cerca de la puerta de entrada a la cripta.
Después de la Misa en el santuario de Lourdes, viene a mi memoria la llegada al puente internacional que separa Hendaya de Irún, e inmediatamente nuevos trámites de documentación en las oficinas fronterizas.
Leave A Comment