Texto íntegro de la ponencia de Maite García

Durante mi intervención hablaré de algunos casos concretos del Pallars, en los que podemos encontrar en medio de un conflicto bélico los tres conceptos protagonistas de estas Jornadas: libertad, convivencia y perdón. Antes de entrar en estos casos querría hacer un inciso sobre estos conceptos. El espacio que configura la cadena de montañas del Pirineo se convierte durante la Guerra Civil en un importante espacio de libertad. A lo largo de la historia ya lo había sido: por ejemplo en la Revolución Francesa, la Guerra del Francés, o las guerras carlistas y, después de la Guerra Civil, continuará teniendo este papel de «calle o plaza mayor», con ejemplos como la resistencia de los maquis o la II Guerra Mundial. A menudo este espacio de libertad se verá condicionado por la vigilancia y las patrullas de control que intentaran evitar la búsqueda de esta libertad. El espacio de frontera resulta también un espacio de convivencia entre aquellos que querían huir, los que les ayudaban y los que intentaban evitarlo; en medio de esta convivencia el perdón entre bandos será esencial para la búsqueda de la libertad.

En estas jornadas hablamos de estos tres conceptos en el marco de la Guerra Civil que, por definición, es el conflicto bélico que dividió la sociedad española entre los años 1936 y 1939. Inmediatamente después de la guerra, la historiografía franquista adoctrinó, o al menos lo intentó, la sociedad española en esta división categórica entre buenos (militares levantados en golpe de estado) y malos (republicanos), era el tiempo en que «los rojos tenían la culpa de todo».

Hacia los años 80, con la conmemoración del 50o aniversario de la Guerra Civil una nueva ola de historiadores pudo acceder a nuevos documentos y argumentar que aquella división entre buenos y malos hacía falta invertirla y matizarla. Fue el momento de tratar la Guerra Civil desde el rigor histórico y la rabia acumulada contra los franquistas.

Actualmente, en el siglo XXI, nuevos historiadores ponen distancia y objetividad en la Guerra Civil, y optan por una historia local que dé nuevas explicaciones al conflicto; es el momento de tratar la Guerra Civil desde la objetividad y la distancia, y esto nos lleva a una división muy difusa entre buenos y malos, en que los buenos no lo eran tanto y los malos tampoco. Así lo veremos en los siguientes casos del Pallars.

Hablaré de casos en que miembros de comité se convertirán en salvadores de sus propios perseguidos y de casos en que los miembros de redes de evasión contribuyeron a salvar vidas perseguidas.

Ø Casos de persecuciones en los que los Comités antifascistas constituidos por los sectores más radicales (CNT-FAI) ayudaron a los perseguidos;

En Borén, la noche del 17 al 18 de agosto de 1936 unos milicianos asaltaron la casa de don Juan Carrera. El objetivo del asalto era detener y asesinar a dos sacerdotes que habían escondido en su casa: mosén Josep Carrera Agulló y mosén Francisco Peyret Ariño. La detención, sin embargo no se llevó a cabo porque los curas ya habían huido del pueblo. La noche del asalto, don Alejandro Bochaca Ferrer, miembro del Comité de Isil, sabía que los sacerdotes estaban escondidos en el bosque, en la choza de unos pastores, pero no les delató y la prueba es que sobrevivieron.

En Espot, el mosén Mariano Canal Castellarnau también pudo salvar la vida. Había estado encarcelado en el Comité de Sort pero fue liberado previo pago de 5.000 pesetas; el Comité de Sort le permitió vivir en el pueblo de Estahís bajo vigilancia de Antonio Babot Blasi, miembro del Comité. Cuando éste oyó que subían unos milicianos de la FAI, de Sort, con la intención de detener al mosén, el mismo Antonio Babot avisó al cura para que se ocultara en el bosque cercano al pueblo, hasta que a los dos días pudo salir y salvar su vida.

En Sarroca de Bellera,

En Sarroca hay un caso excepcional protagonizado por la actuación del Presidente del Comité, Ramon Ardanuy Pagès. A él le deben la vida muchos capellanes y mucha gente de derechas a quién escondió. El señor Ardanuy hizo todo lo que pudo por salvaguardar la vida de los hermanos Ramon y Joan Durany Cubiló. El primero llegó a ser Alcalde de la Comisión Gestora después de la ocupación.

Cerca de Sarroca de Bellera, en Vilella, Josep Jordana Rollán, casado, labrador, natural y vecino de Vilella, que formó parte del Comité tuvo escondidos durante los primeros meses de la revolución a unos propietarios significados de derechas y vecinos de Poal que huían de la persecución. Eran Ramon Miret Roig y Ramon Espinet, los dos afiliados a la Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Ellos explican que el 4 de agosto de 1936 tuvieron que abandonar el pueblo de Poal y esconderse durante unos meses en casa de Josep Jordana Rollán, quién a pesar de saber que estaban perseguidos por los republicanos, no tuvieron inconveniente en admitirlos en casa de Jordana el día 20 de noviembre de 1936, donde estuvieron hasta el 24 de abril de 1937. También tuvo oculto en su domicilio durante seis meses al soldado desertor, Angel Pres Bertrand, natural de Sosís (Claverol); lo tuvo escondido hasta la entrada de los nacionales, cuando el chico se presentó para prestar servicio al ejército nacional. Àngel Pres explica que con objeto de no querer servir al ejército popular, se fue de su domicilio y se trasladó a Vilella, al domicilio de Josep Jordana Rollan donde estuvo oculto desde primeros de noviembre de 1937 hasta el 18 de abril de 1938, cuando fue ocupado el pueblo. Por último este miembro del Comité también ocultó en su casa a otro soldado desertor, Josep Gravalós Bertran, natural de Sarroca de Bellera, hijo de Àngel Gravalós Canut, reconocido derechista del pueblo. Su hijo estuvo escondido poco tiempo porque huyó hacia la frontera.

Por todos estos hechos, Josep Jordana Rollán sufrió el 4 de junio de 1937 un riguroso registro en su casa. Durante la estancia de Ramon Miret Roig y de Ramon Espinet le habían denunciado a la Comisaría de Investigación de La Pobla de Segur por tener personas escondidas en su casa. Así, el 4 de junio subieron cinco miembros de dicha Comisaría, a las tres de la madrugada, para efectuar el registro, con pistolas y amenazándole de muerte: buscaban a los escondidos y a su hermano, Modest Jordana Rollán a quién acusaban de fascista y al que también tenía ocultado en su casa, pero no encontraron a nadie porque todos habían huido.

El mosén de Jou; Juan Salvador Mora, consiguió salir con vida gracias a la ayuda de don Francisco Visacunill Sala, presidente del Comité revolucionario de Jou, que estaba en contacto con el mosén para avisarle de los peligros y recomendarle la huída cuando fuera necesario.

El mosén de Dorbe; Don Antonio Giral Blasi cuenta que un día Francisco Visacunill se presentó en su casa y le dijo: «ya veo que viste usted de paisano, pues a eso venía yo: a decirle que se quitara usted las ropas sacerdotales […]; vistiendo de esta forma ya no tiene usted peligro de nada». Sin embargo, la presión de las patrullas creció tanto que el 8 de agosto de 1936 el señor Visacunill le mandó a través de una mujer un mensaje al cura diciéndole que se marchara cuanto antes. Así lo hizo mosén Giral y pudo salvar la vida.

Don Francisco Visacunill Sala no sólo los ocultaba sino que llegó a hacer de guía para pasarlos a Francia; organizó una partida con dos frailes de Sant Domènec de Tremp, el mosén Laureano Ramonil de Esterri y el mosén de València d’Àneu. Los cinco salieron de Jou hacia Francia. Los frailes pronto se fatigaron y tuvieron que quedarse en el Sequé d ́Esterri» con el señor Visacunill que volvió a buscarlos después de haber pasado a los dos mosenes. Los tres continuaron el camino pero cuando subían el puerto de Salau al mosén Ramonil le dio un ataque de fiebre y tuvieron que hacer noche en la cima de las montañas. El cura se quedó medio muerto, no podía caminar, y el señor Visacunill se lo echó a la espalda y junto con el cura de València d’Àneu llegaron al pueblo de Salau, donde los dejó. El presidente del Comité volvió sobre sus pasos para recoger a los dos frailes, pero cuando llegó al Sequé d ́Esterri ya no estaban: supieron que los del Comité d’Esterri d’Àneu los habían descubierto y los habían llevado a Tremp, donde los fusilaron.

El Comité de La Pobleta de Bellvehí defendió a su mosén;

Mosén Josep Boher i Foix era párroco de La Pobleta de Bellvehí; el Comité de este pueblo presidido por don Josep Perati Pallars le aseguró protección ante el miedo que tenía a las represalias: el Comité le dejó quedarse en el pueblo y le aseguraron que no le pasaría nada. El día 13 de agosto, como ya sabemos, subió un pelotón de la FAI y entró en la casa donde lo tenían escondido y se produjo una pequeña discusión entre el Comité de La Pobleta y los miembros de la FAI; estos últimos exigían la entrega del mosén. A la petición, el presidente contestó que lo dejaran en paz porque el Comité ya se encargaba del cura. El pelotón propuso a don Josep Perati Pallars si se quería poner en el lugar del sacerdote. Quiero decir con esto que el Comité, o al menos su presidente, defendió al mosén hasta que le fue posible, pero finalmente tuvo que entregarle a los de la FAI que lo trasladaron a la Pobla de Segur donde le unieron al resto de sacerdotes para ser fusilados poco después.

Ø Respecto a la organización de redes de evasión de todo Cataluña durante la Guerra Civil.

Hay que decir que contribuyeron a que mucha gente encontrara en aquel momento la libertad que les faltaba como consecuencia del Periodo Revolucionario que vivía el país. Es difícil hablar de «organización» en un momento de tanto desorden como el Periodo Revolucionario. Cuesta creer que en la retaguardia, en que se veía avanzar el frente con miedo o entusiasmo, en que se veía cómo faltaban los alimentos más básicos que cada día se presentaba como un reto para la supervivencia, en medio de este vacío, un conjunto de gente fuera capaz de crear redes de evasión desde cualquier punto de Cataluña para ayudar a todos los que querían marcharse, pasar la frontera y evadirse.

En este sentido hay que hacer una mención especial a los «guías»; personas conocedoras de la montaña que arriesgaban su vida -incluso a menudo la perdieron- para pasar gente al país vecino; tarea remunerada y por tanto una forma de negocio, pero un negocio muy peligroso y a la vez esencial para las vidas que pudieron salvar.

Caso contradictorio en Borén

El mosén Francisco Barba de la Moga, de 67 años, natural de Unha (Vall d ́Aran) y vecino de Esterri d’Àneu pudo llegar a Francia gracias a la ayuda de Francesc Bringué Bonet, de Casa Moscardó de Borén, que le dejó un mulo y le acompañó hasta Salau. Su hijo, Josep Bringué, que actualmente aún vive en Borén explica cómo su padre pudo pasar al cura:

«Aquí, en Esterri había un cura muy viejo, que era hijo de la Vall d ́Aran, un señor muy gordo i viejo, y bueno, entonces en el tiempo de la guerra, los capellanes estaban perseguidos por los de la FAI, y entonces el Comité de Esterri subía aquí y le decía a mi padre -le avisaban-: que se vaya, que aquí tendremos un compromiso, que el día que lo descubran, lo matarán… Y entonces el Comité de Esterri subió y le dijo a mi padre: -mira nos tendrías que hacer este favor, nos tendrías que pasar a este señor a Francia (ya que mi padre había trabajado en Francia y había hecho muchas veces el camino)… Y mi padre dijo: -Sí, súbanmelo hasta aquí y yo lo paso a Francia, y así fue, lo cogió y lo llevó hasta el primer pueblo de Francia, Salau. Fueron por el puerto de Salau, con buena caballería, bueno, a caballo, ya que era un hombre que no podía caminar porque era muy viejo y pesaba mucho… Y volvió mi padre al cabo de dos días, y se enteraron algunos de la FAI, vinieron a buscar a mi padre, por la noche, y lo llevaron a Esterri, lo encerraron en la Fonda de Agustí; aquella gente no podían decir nada, porque si no, les matan. Y entonces a la abuela que teníamos aquí, como estábamos solos, le dijimos que se lo habían llevado y no ha vuelto más. Ella lo pensó y se fue a Esterri y, sí, sí, suerte, porque aquella misma noche ya lo tenían listo para fusilarle.»

Así fue cómo el señor Francesc Bringué Bonet, de casa Moscardó de Borén acogió a mosén Francisco Barba de la Moga y lo llevó a caballo hasta Salau, en un acto arriesgado, que le salvó la vida. Tan arriesgado que pronto los de la FAI de Esterri d’Àneu, conocedores de lo que había hecho fueron a buscarlo y se lo llevaron para fusilarlo; esta vez se pudo salvar. Pero no pudo ser en una segunda ocasión; de poco le sirvió salvar la vida de un cura durante la «dominación marxista» porque, cuando entraron los nacionales al pueblo, y sin más razón que una denuncia personal, don Francesc Bringué Bonet fue fusilado por las fuerzas nacionales el 17 de abril de 1938 cuando tenía 51 años. Su cuerpo cayó en la fosa común del Prat del Fusté en Sorpe y actualmente aún yace allí con los cuerpos de nueve fusilados más.

Partida de desertores en Isil. Uno de los desertores es avalado por los mosenes.

En Isil hubo una buena partida de desertores entre miembros que se conocían muy bien: eran todos de la familia; los Badia eran cuñados de los Sempau.

Francisco Badia Badia.- Era agente de policía de la Generalitat Catalana, y durante la guerra fue trasladado a la Frontera con Francia para su vigilancia. Después cruzó la frontera hacia Francia y entró en la España nacional por Irún, donde fue detenido y conducido a la prisión de Ondarroeta. A pesar de que se le acusó de haber perseguido a sacerdotes y desertores hay testigos, muchos vecinos del pueblo, que aseguran que mientras Francisco era vigilante de la frontera no tuvieron ningún problema para huir, e incluso cuando eran vistos por éste, no les perseguía. Los mosenes Josep Subirà Figuera, regente de Toralla, y mosén Joan Porta Perucho, de Pallerols de Rialb, certifican que durante el período revolucionario fueron detenidos cuando intentaban pasar la frontera, y que don Francisco Badia se opuso en todo momento a su fusilamiento y se salvaron. Según la declaración de Rafael Pla Pol, natural de Sort y huido a San Sebastián por la frontera con Francia, conocía a Francisco Badia y sabe que éste pidió el traslado de Sort a Alòs para dar facilidades a las personas que quisieran evadirse a Francia; también le ayudaba su hermano Josep y otros dos hermanos sin cobrar nada a cambio.

Acabamos por lo tanto con un caso en el que encontramos la convivencia entre sectores perseguidos durante la guerra civil como fueron los mosenes que en la búsqueda de la libertad encontraron el perdón de un funcionario de la Generalitat, gracias al cual salvaron su vida. Ilustrativo caso del motivo de estas Jornadas.

Cuando se hace Historia Local, com es mi caso, se acerca a los casos más particulares y personales, entra dentro de cada caso, de cada vida privada y descubre tantas guerras civiles como personas hay en el país. Dicen las enciclopedias y los diccionarios que la Guerra Civil española hay que enmarcarla en el contexto del conflicto global que amenazaba Europa durante la década de 1930, cuando las ideologías totalitarias (nazismo, fascismo, estalinismo) avanzaban en detrimento de la democracia. Este contexto se hace muy lejano cuando uno opta por la historia local. El contexto de la lucha contra el fascismo se traduce en términos locales en la pérdida de los hijos, de los padres, de los abuelos, la desaparición de una madre, en ver el pueblo vacío o lleno de gente extraña, en tener que pagar multas desorbitadas, en la confiscación de las tierras que daban de comer, en el asesinato del cura del pueblo, en tener que coger «lo importante» y huir…, en definitiva la lucha contra el monstruo del fascismo se traduce en miles de vidas rotas que perdieron la libertad, que tuvieron que aprender a obviar el perdón y que tuvieron que convivir con sus verdugos.