¡Pisamos terrenos de 500 millones de años!

En la crónica anterior destacábamos el hecho de que, en nuestro caminar hacia tierras andorranas, era ya inminente la entrada en el mismísimo corazón del Pirineo, o sea, en las sierras interiores de la cordillera. Comenzábamos a ver ya, en efecto, nuevos tipos de materiales, entre los cuales eran de destacar diversos tipos de rocas, como las pizarras, afectadas por procesos metamórficos. Se trata de materiales que llevan la huella de las altas presiones y temperaturas que suelen producirse durante el proceso de formación de las cadenas montañosas.

La jornada de hoy -un continuo caminar hacia el norte- nos ofrece un telón de fondo impresionante: hacia el norte, las imponentes montañas y los profundos valles del Principado de Andorra; hacia el sur, el inconfundible valle excavado a lo largo de los tiempos geológicos por las aguas del Segre (v. fig. 1); hacia el sureste, en fin, ¡cómo no fijarse una vez más en la majestuosa sierra del Cadí, perfilando el valle de la Cerdanya!

A la altura del pueblo de Aravell, de donde parte la marcha de hoy, afloran extensamente las mismas rocas (alternancias de areniscas y arcillas metamorfizadas), de la Era Paleozoica (períodos Cámbrico y Ordovícico), que vimos a lo largo del curso del río de Aravell, en la excursión de marzo.

Hemos de recordar que los materiales rocosos que hoy pisamos, a lo largo de unos 15 kilómetros, son los más antiguos de todo el recorrido entre Pallerols y Andorra. Todos ellos pertenecen a la Era Paleozoica, y más en concreto a los cuatro primeros períodos de la Era (Cámbrico, Ordovícico, Silúrico y Devónico). Estamos hablando de un entorno temporal que se extiende a lo largo de unos 200 millones de años, desde el inicio del Cámbrico, hace unos 540 Ma, hasta el final del Devónico, hace unos 360 Ma. A lo largo de todo ese tiempo se depositaron en las cuencas pirenaicas grandes cantidades de sedimentos detríticos y químicos que, con el tiempo, acabarían dando lugar a las rocas que hemos podido contemplar: areniscas y arcillas, en los alrededores de Aravell; conglomerados ricos en cuarzo, en la Collada de la Torre, y calizas nodulosas, de colores amarillentos, en las inmediaciones del barranco de Civís, cerca ya de Sant Joan Fumat.

Los geólogos -todo sea dicho- no han logrado determinar con precisión la edad de algunos de los materiales que hemos pisado a lo largo de esta jornada, debido a que en general no contienen demasiados restos fósiles. Eso se debe, entre otras razones, a que fueron afectados por las condiciones propias de los procesos metamórficos; condiciones que suelen borrar en las rocas casi todo resto de vida que pudieran haber tenido.

Durante la monótona y prolongada ascensión (más de 700 metros de desnivel) hacia la Collada de la Torre, es llamativa la dominancia de los materiales de composición predominantemente arcillosa y cuarcífera, más o menos deformados, que afloran en la vertiente meridional de esta sierra, ya bastante próxima al territorio de Andorra. Son materiales impermeables, sometidos no sólo a la escorrentía (y consiguiente erosión) de las aguas superficiales, sino expuestos también a un altísimo grado de insolación, que explica la presencia de una vegetación adaptada a las condiciones de extremada aridez que imperan en esta vertiente de solana (v. fig. 2).

Entre las especies vegetales, debemos mencionar especialmente los encinares o bosques de carrasca (Quercus ilex rotundifolia) (v. fig. 3). Junto con ellos, son de destacar también los bosques de roble valenciano (Quercus fagineae).

A medida que se asciende en altura, el paisaje va cambiando y, ya en los alrededores de la Collada de la Torre, pueden verse los primeros ejemplares de abedul, con su característica corteza de color blanco mate, salpicando los bosques de pino rojo. Este último pasa pronto a dominar el entrono. En los rincones más húmedos, como la fuente en la que pudimos refrescarnos, antes de llegar a la collada, se dejan ver también algunas especies de helechos.

En la ladera norte de la sierra que atravesamos, se pueden contemplar unos bosques de pino albar (Pinus sylvestris) verdaderamente majestuosos, con su característica corteza rojiza en la parte superior del tronco. Empieza a verse también ya el pino de montaña o pino negro (Pinus uncinatae), muy característico en los ambientes del Alto Pirineo. Un denso sotobosque, en el que predominan el boj y el rododendro (v. fig. 4), convierte la ladera norte en un paraje de ensueño. Cuando el rododendro florece, ya bien entrado el verano, con su característica flor de color rojo escarlata, se puede gozar de uno de los espectáculos más bellos de estos ambientes subalpinos.

El contraste de la vegetación de la cara norte, con la vegetación que se observa en el lado meridional, habla por sí solo de las diferentes condiciones ambientales entre una y otra vertientes de la sierra. La humedad, ahora, es patente y se deja notar durante nuestro descenso, no solo en la aparición de fuentes naturales, sino también en la presencia de una fauna característica propia de los ambientes húmedos. Por segundo año consecutivo, hemos podido admirar en los manantiales algún ejemplar de salamandra común, con sus inconfundibles colores amarillo y negro (v. fig. 5). No es raro descubrir también ejemplares de tritón pirenaico y de trucha común, especies ambas fáciles de ver en el río de Civís.

El mes de abril es, sin duda, uno de los mejores para pasearse por el pacífico valle de Civís. Este año hemos tenido la suerte de encontrarnos con todos los cerezos en flor (v. fig. 6); en mayo, seguramente, podremos admirar en este mismo lugar los bosques de abedul, cuyas hojas ya han empezando a brotar. Detrás de ese cuadro primaveral, asoman amenazantes los peñascos calcáreos del Paso de la Cabra Morta, que no tienen nada de bucólicos. Son calizas devónicas, llenas de significado geológico. Por ahí sigue nuestro camino… ¡Nos vemos en mayo!

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