Reviviendo las experiencias del año 1937

La excursión al paso de los Pirineos que hicimos el pasado 6 de febrero de 2010 fue, según la opinión general, mejor que la anterior que habíamos hecho los días 21 i 22 de noviembre de 2009.

Lo que hicimos el día 6 de febrero fue más o menos esto:

Después de un viaje de dos horas en el que nos repartimos en dos furgonetas y un coche, llegamos a la iglesia de Pallerols, donde San Josemaría, con otros cinco hombres que le acompañaban, pasó la noche escondido en la parte alta de uno de los ábsides de la iglesia que comunicaba con la rectoría y que servía de despensa, aunque ellos pensaron entonces que se trataba de un horno. Agustí, el dueño de la casa vecina a la iglesia (Cal Mingo), gentilmente nos deja la llave y pudimos pasar a visitar la iglesia y entrar en el «horno».

Nos hacemos fotos, descansamos y emprendemos la marcha hacia la cabaña de San Rafael, refugio de los fugitivos durante la guerra. Cuesta muchos esfuerzos y resoplidos subir la cuesta, pero al final lo conseguimos y, casi sin darnos cuenta, nos encontramos ante una casita hecha de piedras sueltas, troncos y barro, que resulta ser el famoso refugio. Como falta todavía un rato para la hora de comer, decidimos plasmar en imágenes la experiencia, y nos fotografiamos, dentro y fuera de la cabaña, e incluso subidas al techo. Por suerte, la cabaña se ha reconstruido resistente y no sucumbió ante nuestro peso.

Después de muchas fotos y risas, nos sentamos en el suelo, sacamos los bocadillos, las patatas y la bebida, nos lo comemos todo con una rapidez impresionante y descendemos de nuevo la montaña. Entre montañas y estanques, volvemos a las furgonetas y llegamos a Fenollet, la masía donde los refugiados durmieron en un corral – junto a gallinas, cerdos y ovejas.

La granja y el pajar siguen igual que en el año 1937 por lo que parece que estemos en una película. Además de descansar, los fugitivos comieron y remendaron sus ropas e incluso lograron no hacer ruido ni hacerse notar ante la visita de unos milicianos y otras personas ajenas a la casa que iban de paso por aquellos lugares. Leemos trozos del diario de esos días, apuntes sacados de algunos libros sobre esta expedición y charlamos un rato con Rosa, la dueña de la casa. Era increíble poder hablar con ella, nieta de la que entonces era la gobernanta de la masía y dio de comer a aquel grupo de universitarios y profesionales que junto a San Josemaría escaparon de la guerra a través de aquellas montañas.

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