Un Belén en el Aubenç

Hacia las 10 de la mañana del día 13 de diciembre nos reunimos en Oliana siete caminantes dispuestos a emprender la Caminata del mes de diciembre. Allí nos esperaba Antoni Prats con un coche todo terreno, para acompañarnos hasta la casa de la Ribalera, más arriba de Juncàs. Antonio, un prestigioso veterinario de Oliana, no pudo quedarse con nosotros para hacer la Caminata, como era su deseo, ya que en época de caza ha de trabajar los sábados y domingos curando los perros que le traen al final del día. De hecho este sábado día 13 estuvo operando durante tres horas a varios perros heridos por los jabalíes.

A las 11,30 ya estábamos en la casa de la Ribalera y empezamos a andar en dirección a la Espluga de les Vaques, donde llegamos antes de las 11. Desde aquí continuamos subiendo hacia el Picalt Roig y a continuación iniciamos la subida a la canal de la Jaça. Antes de la una del mediodía habíamos superado la canal.

El cielo, hasta este momento con poca nubosidad, empezó a llenarse de nubes y una espesa niebla avanzaba sobre nosotros, de manera que al llegar a los llanos del Aubenç, superada la canal de la Jaça, teníamos la niebla y las nubes muy cerca.

Antes de las 13,30 llegamos a la casa de Aubenç y a los pocos minutos lo hacían, en un coche todo terreno, el grupo de Igualada que traía las costillas, la butifarra, rovellons, vino, pan, fruta, coca, . . . café bien caliente y . . . más cosas. Hacía un aire helado, pero el fuego que hicimos y los buenos alimentos hicieron que entráramos pronto en calor.

Mientras Manel preparaba la carne a la brasa, otros montaron el belén que habían subido también los de Igualada.

Hacia las 15,30 empezamos a bajar en dirección a las Masies de Nargó por caminos antiguos que atraviesan el denso bosque de la cara norte del Aubenç, dejando a un lado la pista de tierra que da muchos rodeos. Así llegamos a la carretera de las Masies de Nargó a las 17,45, cuando ya oscurecía. Al salir de la Casa de Aubenç empezó a nevar, mientras que al llegar a la carretera era una fina lluvia.

En resumen hemos de decir una vez más que estas caminatas son una verdadera delicia: Estamos en contacto con la naturaleza, experimentamos los cambios de tiempo, hacemos deporte, caminamos, revivimos la historia de evasión de la expedición de 1937, observamos los árboles, las plantas, las aves y otros animales que nos encontramos en el camino, conversamos con los amigos,. . . Todo ello hace que regresemos a casa más reconfortados para continuar con más optimismo las actividades ordinarias de la jornada.

Esta vez los expedicionarios fuimos once: De Igualada (Octavio, Daniel, Manel y Mateo), de Solsona (Josep y Mercè), de Manresa (Jordi), de Barcelona (Jordi, Lluís, Ignasi y Jordi). La previsión de nevadas, que ciertamente fueron abundantes este fin de semana, hizo que algunos no se atrevieran a hacer tan magnífica caminata.

Antoni Dalmases, uno de los expedicionarios, comenta en su Diario del día 28.11.37, la ascensión a la Canal de la Jaça

«No podemos pararnos pues está oscureciendo, y estamos al pie del acantilado que hay que escalar y es preciso ha­cerlo con luz, pues sin ella nos mataríamos por él. Su altura es enorme y desde su pie, donde estamos ahora, parece im­posible subirlo. Pronto dejamos de serpentear en su falda para atacarlo de frente, agarrados a sus rocas. Ya no anda­mos, gateamos. La ascensión es lenta y penosísima arrastrán­donos pegados a la roca para no caernos. Más que nunca sien­to el peso de mi mochila que tira de mi espalda para arro­jarme al abismo. Paramos muchas veces a descansar y entonces lo hacemos medio tendidos en la roca, cara al cielo y a las montañas que se pintan a lo lejos. Otra vez subir, por este camino casi vertical. Parece que nunca hemos de llegar. Ya hay muy poca luz y esto hace más penosa y difícil la subida. Horroriza pensar lo que ocurriría si resbalara un poco, se­guro que moriría. Sudamos a mares y en nuestro afán de aga­rrarnos a los salientes de las rocas no reparamos en destro­zarnos las manos.

Cuando por fin después de una hora y cuarto que parece un siglo, llegamos a la cumbre, sin hablar nos tendemos en el suelo. Van llegando los rezagados y caen más que se tienden en el suelo. A pesar de la oscuridad, el panorama que se ve es magnífico. Vemos media Cataluña. Es esto un mirador único.

Reemprendemos la marcha ya en plena noche. Siempre ha­cia el Norte. Estamos ahora sobre unos campos de hierba de suaves ondulaciones que alivian nuestros pies. El guía hace correr la voz, que pasa de unos a otros silenciosamente, de que alcemos los bastones y no hablemos, pues pasamos cerca de una casa.» (Es la Casa de Aubenç)