Un viaje muy divertido, pese a los sufrimientos en algunos puntos

Acabamos de volver de Pallerols donde hemos hecho varias etapas del camino a la libertad, que realizó san Josemaria en el otoño del año 1937.

Salimos de Sant Cugat del Vallés el viernes 3 de septiembre, en dos coches, un grupo de 11 personas. Al llegar a Pallerols y tras instalarnos en el refugio, Octavio, nuestro guía, nos explicó el significado histórico del lugar.

Al día siguiente, sábado, tras un buen desayuno y los bocadillos listos para la jornada, fuimos a Peramola desde donde salimos hacia la Roca del Corb, una montaña que recuerda a Montserrat por sus formas curvas y monolíticas. El tiempo era caluroso, pero no sofocante. Desde arriba, pudimos divisar muy bien en la distancia el Barranco de la Ribalera, nuestro objetivo de este día.

En la Roca del Corb hay una cueva que sirvió como refugio de pastores y como vivienda en tiempos pasados, llamada Casa del Corb. Por ahí pasó la expedición de san Josemaría en noviembre de 1937. Bajamos hacia un barranco, bordeando un torrente seco, y en unas dos horas de camino llegamos finalmente al barranco de La Ribalera. Lugar agreste a más no poder; verdaderamente extraordinario. Allí, sobre un rústico altar de piedra, mosén Pablo celebró la Santa Misa, recordando la que en ese mismo lugar celebró san Josemaría hace casi 84 años, en circunstancias bien diferentes. Después de la misa, repusimos fuerzas dando buena cuenta de los bocadillos que llevábamos en las mochilas.

Al terminar de comer nos dividimos en dos grupos: Octavio y mosén Pablo fueron a recoger los coches, mientras los demás nos dirigimos hacia el pantano de Oliana. El grupo que íbamos hacia el pantano perdimos la senda en el último tramo… Nos desanimó bastante ya que había que recorrer media hora del camino andado. Tuvimos nuestras dudas de que pudiéramos llegar al pantano por ese camino alternativo, pero decidimos correr el riesgo y continuar nuestro camino. Tras otra pequeña equivocación en la ruta, y divisando ya el pantano cerca, decidimos algo que, después, hubiéramos de lamentar: acortar el camino en línea recta. Entonces aprendimos que no siempre el camino más recto es el más corto. Digamos que hicimos camino al andar (golpe a golpe, cortando matojos de espinos) por el bosque. Finalmente llegamos al punto de encuentro con un buen retraso y muy cansados; Octavio y el mosén, nos estaban esperando a orillas del embalse. Sin embargo, eso no nos impidió cruzar el pantano a nado hasta la otra orilla, donde disfrutamos a lo grande haciendo saltos al agua. Una vez de vuelta en el refugio de Pallerols, y antes de cenar fajitas mejicanas, Octavio nos enseñó el «horno» donde había intentado dormir la expedición de san Josemaría la noche del 21 al 22 de noviembre de 1937. ¡Menuda odisea!

Al día siguiente, con una dura jornada ante nosotros, Octavio sugirió que no veía al grupo con fuerza para hacerla completamente, pero el mosén le convenció para hacerla toda. La mañana, efectivamente, fue dura; sobre todo por el intenso calor. Saliendo de un lugar cercano a un río (el río Sallent), caminamos hasta llegar a una pequeña ermita románica en ruinas. Desde allí empezamos una ascensión por un «camino» de piedras. La marcha era lenta, el calor apretaba y empezaba a escasear el agua. Arriba, Octavio nos esperaba con bebida y, al encontrarnos con él, agradecimos el refrigerio y descansamos un rato. Bajamos la montaña y llegamos a Fenollet, donde hicimos una parada para comer algo antes de subir por la empinada cuesta que atraviesa el Torrent de les Bordes. Muy empinada, pero con unas vistas increíbles. La bajada desde Santa Fe se hizo amena. Vimos una vaca muerta al más puro estilo del lejano oeste. Charlando sobre una y otra cosa, el descenso se hizo rápido, aunque hay que tener unas rodillas acostumbradas a la bajada. Comimos a medio camino, donde Octavio nos esperaba con una sandía que estaba resquebrajada por el trato que le habíamos dado en el viaje; ¡pero estaba buenísima! La última bajada, hasta llegar a los coches, fue mucho más rápida de lo esperado.

Al día siguiente, lunes 6 de septiembre, hicimos parte de la última etapa del camino, justo antes de llegar a Andorra. Tras cruzar el arroyo de Argolell, seco en verano, ascendimos una última cuesta; una cuesta corta, pero quizás la de mayor pendiente de todas las que habíamos hecho en las jornadas anteriores. Al llegar a Sant Esteve de Mas d’Alins sabíamos que estábamos en Andorra. Octavio nos esperaba, una vez más, con bebida; tomamos un aperitivo, tras rezar en un oratorio conmemorativo de la Mare de Déu de Canòlich. Desde allí, hicimos el último descenso, unos más deprisa que otros, hasta el valle de Andorra donde se halla enclavada Sant Julià de Lòria. Allí comimos relajadamente en un McDonals.

Este viaje ha sido muy divertido, pese a los sufrimientos en algunos puntos. Hemos vivido muchas aventuras y sin duda queremos repetir. Ahora nos hacemos una idea mejor de lo que pasó en la expedición original en unas circunstancias extraordinarias.