Una experiencia inolvidable
Una crónica que nos llega desde Vigo:
«¡Ha sido la mejor convivencia que he hecho nunca!» Esta frase, dicha por uno de los asistentes en el viaje de vuelta a Galicia, podría resumir el sentir de todos después del paso de los Pirineos. Preparamos el viaje para la última semana de agosto. Fuimos 9 del club Doira, de Vigo: 5 chicos y 4 mayores. Nuestra idea era hacer 5 jornadas de camino. Distribuimos el recorrido de manera distinta a como lo hizo san Josemaría y el grupo que le acompañó, sobre todo para encontrar buenos sitios donde acampar, tener acceso a agua, etc.
La primera noche llegamos a Pallerolls. Aunque cansados del viaje (son casi 1.300 km) escuchamos con atención todos los acontecimientos que nos contó Ramón, que muy amablemente nos acogió. Nos sirvió para ponernos en situación y afrontar la caminata del día siguiente con ilusión.
Asistimos a Misa en la Iglesia de Pallerolls y emprendimos la marcha. Teníamos previsto hacer una etapa larga y sabíamos que dura. Nuestra intención era hacer Pallerolls – Casa de Aubenç. Pero nuestras previsiones fueron superadas. Sobre todo porque, aunque habíamos sido advertidos de llevar agua suficiente, nos quedamos cortos en el cálculo y… ya muy cansados y sin agua desde hacía varios km llegamos al Barranco de la Ribalera. La subida -muy dura- nos costó horrores. Uno de los asistentes estaba algo deshidratado y le dio una pájara (como a Tomás Alvira, en esa misma subida). Otro se quedó con él para afrontar la ascensión con más calma. Conseguimos alcanzar la cima poco tiempo antes del atardecer. Pero la aventura continuó, ya que la furgoneta, por un error con el GPS no estaba en la cima, sino en otro sitio. El conductor tuvo que recoger las tiendas (las había montado en el lugar equivocado) y dar con el punto de encuentro. Finalmente lo consiguió sobre la 1 de la madrugada. Os podéis imaginar cómo bebimos el agua que nos trajo y lo bien que nos entró la cena…
Aunque pueda parecer un contratiempo, no os podéis hacer a la idea de lo que nos unió aquel episodio. Fueron muy sorprendentes las reacciones de todos: la generosidad en los esfuerzos, afrontar todo sin quejas, etc. Los integrantes más jóvenes de la expedición tienen 13 años, así que con más mérito. Todos recordamos ese día con risas y cargados de emoción.
Al día siguiente decidimos recuperarnos con tranquilidad en el sitio donde habíamos acampado. Pudimos levantarnos tarde, bañarnos, hacer la comida, tener la Misa «de campaña», etc. Aunque por esto redujimos uno de los días de caminata, mereció la pena para descansar.
El resto de etapas se desarrollaron sin más sorpresas. Bien es cierto que nos dábamos cuenta de la dificultad del trayecto. Uno de los chicos dijo en una tertulia: «ahora me doy cuenta de lo mucho que debieron sufrir aquí san Josemaría y los demás». Sobre todo nos sorprendió la bajada hasta el río de Civís. Uno espera que la bajada puede ser un momento más plácido… hasta que ves la inclinación que tiene y su complejidad por las piedras, zarzas, etc. También es de agradecer lo bien señalizado que está el camino y el esfuerzo que se ha llevado a cabo por prepararlo, hacer mapas, etc.
Pero todo vale la pena: la llegada a Sant Julià de Lòria es un momento fantástico. Allí pudimos asistir a Misa en la iglesia parroquial. Como los expedicionarios del 37 sentimos una gran alegría por llegar y haber conseguido completar todo el recorrido. Los comentarios de todos fueron parecidos: «Cuanto me ha ayudado el camino para conocer más la Obra y a san Josemaría»; «menos mal que vine; me podía haber podido perder esta maravilla»; «no sabes lo que me ha ayudado este camino», etc. Todos, los chicos y los mayores, acabamos realmente contentos y habiendo disfrutado mucho. De hecho, pensamos repetirlo el verano que viene.
Es lo que tiene haber podido seguir las huellas de un santo.
En hora buena!