Pudimos revivir el paso de san Josemaría por la frontera andorrana, hace 80 años
El domingo 2 de julio se celebró el tradicional Aplec de san Josemaría en Sant Julià de Lòria (Andorra) para conmemorar el 80 aniversario de su llegada a Andorra. Fue la madrugada de un 2 de diciembre de 1937 cuando llegó, huyendo de la persecución por parte de personas con ideologías totalitarias que no le permitían ejercer en libertad la tarea apostólica que había comenzado en 1928.
En la iglesia de Sant Julià de Lòria, desde hace cinco años, hay una escultura de san Josemaría orante que recuerda precisamente esta efeméride.
En la eucaristía, que este año se celebró en la iglesia de Sant Julià, asistieron más de 400 personas, entre las que hay que destacar al Ilustre Ministro de Sanidad del Gobierno de Andorra, Carlos Álvarez Marfany, y los Honorables Cónsul Mayor de Sant Julià, Josep Miquel Vila, el Cónsul Menor Julià Call, y los Consejeros Francesca Barbero, Meritxell Teruel y Joan Albert Farré.
Acompañando a Mn. Pepe Chisvert, rector de la Parroquia de Sant Julià, presidió la eucaristía el vicario de la Prelaura del Opus Dei en Andorra y Catalunya, Mn. Ignasi Font, quien pronunció también la homilía, que adjuntamos al final de esta noticia.
Acabó la celebración de la eucaristía con la veneración de la reliquia de san Josemaría, la bendición de la estatua del santo y el canto de la salve.
Terminadas las celebraciones litúrgicas, un buen grupo de personas subieron al Mas de Alins, en la frontera andorrana, para revivir la entrada de san Josemaría por este mismo lugar, el 2 de diciembre de 1937.
A continuación hubo una paella popular en los Prados del Gastó y mientras unos estaban de tertulia, los más jóvenes se dedicaron a volar cometas aprovechando el viento que siempre sopla en Sant Julià de Lòria, que por eso se la denomina la «Parroquia del viento «.
Entre las personas que acudieron al Aplec había gente de Andorra, de muchos lugares de Cataluña e incluso de Filipinas.
Homilía pronunciada por el vicario del Opus Dei en Catalunya y Andorra
Quiero agradecer en primer lugar que se me haya invitado a presidir esta eucaristía en la celebración del tradicional Aplec de San Josemaría, en el 80 aniversario de su llegada a Andorra.
San Josemaría estuvo siempre muy agradecido por la buena acogida que encontró en Andorra en diciembre de 1937, después de tantas penalidades vividas los meses anteriores. Como sabéis, en esta iglesia, el 2 de diciembre, sólo llegar a Sant Julià de Lòria, tras un año y medio sin hacerlo, rezó por primera vez en un templo, ante el Santísimo, sin peligro. Lo representa bien la expresiva escultura que está junto al antiguo retablo de la parroquia. Aunque la figura lo representa unos años más tarde y con sotana, reproduce bien lo que pasó: San Josemaría se encuentra de rodillas, adorando la Eucaristía, con la mirada -llena de fe- fija en el sagrario del retablo barroco, situado entonces en el presbiterio de la antigua iglesia románica, que ahora es una capilla lateral.
Ciertamente, Andorra es un pueblo acogedor. Ha sido y es «tierra de acogida». Es lo mismo que hemos oído en la primera lectura cuando cuenta cómo aquel matrimonio sunamita, mayor y sin hijos, acoge generosamente en su casa al profeta Eliseo que va de camino. Entonces, Eliseo, agradecido, intercede ante Dios para que puedan tener un hijo. Es el premio a su generosidad.
También el Señor nos recuerda en el evangelio de hoy la importancia de saber acoger: quien os recibe a vosotros, a mí me recibe, y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. (…) Todo el que dé un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, sólo porque es mi discípulo, os lo aseguro, no quedará sin recompensa (Mateo 10, 37-42).
Seamos pues generosos con el prójimo, viendo en él a Cristo; y, entonces, el Señor no deja de recompensarnos, no se deja ganar en generosidad.
Mons. Joan Enric Vives, con motivo del 75 aniversario del paso de san Josemaría nos lo recordaba en un artículo en la hoja dominical de la diócesis:Hace 75 años acogimos un santo. Los andorranos mostraron con hechos -sabiéndolo o no- el valor de la gran virtud de la caridad, ayudando a san Josemaría y a todos aquellos hombres y mujeres forzados a vivir el camino de los fugitivos. Y nos estimulan hoy a hacer nosotros lo mismo para con todo tipo de personas necesitadas. Hasta aquí la cita textual.
En una sociedad que se llama a sí misma -a menudo engañosamente- del «bienestar», el cristiano tiene una especial obligación de acoger, de hacer suyas las necesidades de los demás: de quien está solo, del enfermo, del que está en el paro, de aquella familia con dificultades, del refugiado y perseguido injustamente, …
El Papa Francisco nos anima con fuerza a salir a las periferias; a abrirnos a tanta gente como hay, quizás alejada de la fe porque no han oído hablar de Jesucristo o son de otras culturas, … A todos podemos prestarles nuestro servicio y, al mismo tiempo, tender puentes de comprensión, acompañándolos y ayudándolos con la caridad y el ejemplo a reencontrar el sentido de sus vidas. Esto nos atañe a todos. No tenemos que ir muy lejos para hacerlo: lo más frecuente será que nuestras periferias cotidianas sean los compañeros de trabajo, los familiares, los amigos, los vecinos, …
Si seguimos a Jesucristo de cerca, nuestro corazón reproducirá forzosamente sus sentimientos: Él murió por todos y su amor se extiende a todos, sin discriminaciones. Así pues, procuraremos ayudarles en sus necesidades materiales y, junto con nuestro servicio material, se encontrarán también con la fe que atrae, que arrastra, y quizás los llevaremos a descubrir a Jesús y con Él, la felicidad.
No perdamos de vista que todos los cristianos estamos llamados a ser luz; una luz que ha de transformar el mundo. Es la llamada universal a la santidad que san Josemaría predicó desde el 2 de octubre de 1928, fecha en que Dios le empujó a hacerlo. Es decir: que todo cristiano está llamado a llevar la luz de Cristo allí donde está, en medio del mundo, en su vida ordinaria.
San Josemaría lo escribe así en el no1 de Forja:
«Hijos de Dios. —Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras.
—El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine… De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna».
Pero ¿cuál es el «secreto» para poder llevar esto a cabo? ¿Cómo podremos ser de verdad dignos representantes de esta «tierra de acogida», que es Andorra, y que lo es también la Iglesia?
Nos lo cuenta San Pablo, en la carta a los Romanos que acabamos de leer: Hemos sido «bautizados en Jesucristo, (…) sumergidos en su muerte, (…) sepultados con él» para resucitar y vivir con él. Nosotros somos «muertos respecto al pecado» pero vivimos «para Dios en Jesucristo».(Romanos 6,3-4.8-11)
Vivir «en Jesucristo». Esta es la identidad en la que está llamado todo cristiano: a ser -cada uno de nosotros- otro Cristo, el mismo Cristo, como le gustaba repetir a San Josemaría.
El actual prelado del Opus Dei, Mons. Fernando Ocáriz, en la carta programática que ha escrito el pasado mes de febrero, insiste en que toda nuestra vida de cristianos debe estar fundamentada en la amistad con la persona de Jesucristo. De este trato personal, íntimo, enamorado, en la oración y en la Eucaristía, es de donde san Josemaría sacó las fuerzas que le permitieron cruzar los Pirineos hasta llegar a Andorra, la tierra de la libertad, y, después, seguir el impulso del Espíritu para hacer el Opus Dei en todo el mundo. Es el camino de la identificación personal con Cristo, al que todos los cristianos debemos aspirar cada día: sí, estamos llamados a vivir el cristianismo, nuestra fe, así.
Es bien bonito que, en Andorra, las iglesias estén siempre abiertas para facilitar el encuentro personal con Jesús. Seamos personas que buscamos al Señor en el sagrario, para hablar con Él de nuestras cosas, y para hacerle compañía; que acudimos para reencontrar la amistad con Él al sacramento de la Reconciliación para purificarnos del pecado; y para participar en la Santa Misa, y recibirlo como alimento en la Eucaristía. Si lo hacemos, Jesús hará que sea una realidad que llevamos la luz del Señor en nuestros hogares, en los entornos de todo tipo que nos movemos y donde tal vez ignora Dios. Es nuestra misión como cristianos y como ciudadanos que somos del mundo.
Tenemos la ayuda de la Madre de Dios y Madre nuestra. San Josemaría inició aquella travesía de los Pirineos buscando la libertad, con la ayuda y de la mano de María. En Pallerols de Rialb, en momentos de especial angustia y oscuridad, encontró en una rosa de madera dorada el consuelo y la seguridad de la Buena Madre, que le confirmaba en su camino. Aquella rosa de madera que acompañó a san Josemaría durante todo el camino se conserva ahora en la iglesia prelaticia del Opus Dei, Santa María de la Paz, en Roma, donde está enterrado. En el retablo del altar barroco tenéis una réplica que trajo Mons. Echevarria en el año 2012.
San Josemaría era muy mariano. Aprendamos de él a tratar con confianza a nuestra Madre. Ella nos alcanzará la generosidad que necesitamos para salir de nosotros mismos en el servicio de los demás. Digámosle muchas veces, con la bonita estrofa final de los gozos de Canòlich:
«Ya que sois Señora de los cielos y de nuestro territorio,
sed también nuestra abogada, oh Virgen de Canòlich».
Molt be explicat TOT.-
Dia esplèndid. El dinar no ho sé; sembla que va ser bo per la cara de felicitat de la gent.
Cada vez que recibo la información de los actos de estecamino, me da mucha alegría, me uno, encomiendfo y agradezco estar al día.
Muchas gracias y felicidades.
Qué bonita fiesta conmemorativa, felicidades!