Adjuntem unes descripcions d'aquesta etapa que fan Francisco Botella i Antoni Dalmases en els seus diaris de l'any 1937. Estan extretes del llibre "El pas dels Pirineus", de Jordi Piferrer, pp. 89 a 94. Pagès edicions, 2012.
Francisco Botella escriu:
El 29, pasado en el establo de la casa de campo, a donde llegamos bastante cansados y que esperábamos ver cerca con mucha ansiedad, fue aprovechado para dormir y descansar.
Había poca paja, para acostarnos con alguna menor incomodidad, y se nos trajo más al cabo de unas horas. En el pesebre colocamos nuestras mochilas y sentados en el suelo, nos alimentamos con unas judías que nos dieron, de las que tomamos bastantes. También tuvimos conejo y tortilla. Esto de la tortilla era una novedad: hacía mucho que habíamos gustado su sabor.
Mientras dormimos, tuvimos el acompañamiento de las campanillas del ganado, que estaba en un establo separado por una tosca puerta de nuestro dormitorio.
I Antoni Dalmases explica:
Estamos cerca del final de esta etapa que es una casa [Fenollet], antes de llegar a la cual se adelantará el guía, como siempre en estos casos, y luego nos llamará. Nos conduce a un corral, nos tendemos en la paja y ahí quedamos dormidos. Es el lunes 29 de noviembre.
Hace trece horas que andamos. Alrededor de las diez empezamos a despertar. Comemos un poco, alguien se fricciona y cura los pies. Otros salen a tomar el sol, sentados o tendidos en un patio que hay en la salida del corral. Este tiene unos ocho metros de ancho y otros tantos de largo y los 27 que vamos lo llenamos del todo. Para salir hay que cuidar de no pisar a los que todavía duermen. El guía ha tenido que traer unos cestos de paja para esparcirla por el suelo, lo que hace que no se encuentre tan dura la cama. La patrona viene a averiguar lo que cada uno quiere para desayunar, pues el guía ha dicho que economicemos lo que llevamos, ya que después de esta casa ya no hallaremos otra para aprovisionarnos. Unos comen patatas, otros tortillas, pan, agua y vino. Un gran banquete. Luego yo me tiendo otra vez a descansar.
Mis nuevos amigos madrileños se entretienen en coger lo más indispensable de su equipo para tirar lo restante, que no pueden llevarlo. Camisas, calcetines, carteras, zapatos [...] todo queda allí. Algunas de estas prendas las aprovechamos, los que se ven con ánimo de llevarlas. El Padre da ánimos a todos. Su compañía inspira confianza a todos nosotros pues parece como si Dios le hubiese mandado. Un extraño magnetismo sale de él y a mí me ha impresionado profundísimamente.
A las dos aproximadamente traen la comida. Puestos en fila nos van repartiendo un enorme caldero de judías, luego otro de conejo. Es una comida espléndida, comemos con verdadera hambre. Afortunadamente todo es abundante, bueno y caliente.
Luego otra vez a dormir hasta las seis de la tarde que es cuando empiezan los preparativos para la partida. Ya a punto, rezamos el rosario en el suelo, pero antes de acabarlo llega el guía y nos manda salir [...].
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